Después de un cese pandémico, vuelve la temporada taurina a Colombia. Veremos la exposición del arte supremo en pequeñas corridas en pueblos de Boyacá y Cundinamarca, y dos grandes ferias en Manizales y Cali. Los toros persisten, a pesar de ser constantemente vilipendiados por veganos de piel cetrina que arrasan el planeta con monocultivos y pesticidas para sostener sus excéntricos gustos, o por carnívoros que, abstraídos, eligen ignorar el origen de la proteína en su plato.

A la hora exacta en que el sol ilumina la mitad de la plaza y deja en la sombra el resto, empieza el rito milenario que representa el triunfo del ser humano sobre la naturaleza, en una declaración atrevida: solo valdrá la pena el proceso si se hace buscando la belleza, la postura del cuerpo del matador, y los trazos que logre sobre la arena con un pincel impredecible y mortal serán tan determinantes como la muerte del animal.

Dualidades expuestas con la verdad de quienes exponen su pellejo. Vida y muerte, sol y sombra, pueblo y élite, silencio y música, gloria en la puerta grande y fracaso en la puerta chica, el brillo del hilo de oro  del traje del matador y la opacidad de los trajes de la cuadrilla, la consagración a lo religioso, pero la fascinación por lo mundano.

Pocas cosas se atreven a ser antropocentristas hoy en día, no es nada popular defender que es el ser humano el mayor creador de belleza del planeta; que una especie que razona y crea es superior; que la naturaleza se ve amable hoy que la hemos dominado, pero que en realidad es bastante cruel; que si bien somos una especie depredadora del planeta, también somos la única en capacidad de comprender lo que sucede y solucionarlo.

Invito a satisfacer su curiosidad, nada como ver una corrida de toros con alguien de experiencia que pueda explicar qué va pasando. Estaré a su disposición en el tendido de sol en la Feria de Manizales, ¡Olé!

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