Guerras disfrazadas

Hay un carro atravesado en la calle y mucha gente. Algunos usan máscaras porque el evento tiene nombre: Rodada de Halloween. Hay muchas motos detenidas. Un hombre le da golpes al carro. En una tremenda levantada de piernas, como si se creyera Spiderman, rompe la ventana de la puerta de atrás. Se sube al maletero y rompe el vidrio, después salta en el techo. Quizá otro hombre salta en la parte de adelante. Luego —quizá es antes, pero no quiero repetir el video— un hombre le pega cuchilladas al capó. El conductor permanece quieto en su silla. También esquiva golpes. A veces dice algo. A veces una mujer trata de detener al primer hombre. Hay otros hombres que también le pegan al carro con sevicia.

La foto del otro día es un carro destruido.

El señor del carro escribe un mensaje en el que agradece estar vivo.

También hay un caballo muerto. Una moto lo atropelló.

La historia pasó en la carretera entre Supía y Riosucio, Caldas, el 26 de octubre, pero podría haber pasado en otro pueblo o en otra ciudad del país.

Ya estamos acostumbrados a noticias parecidas: un muchacho muerto en una fiesta, una riña callejera, los vecinos mataron al señor que se estaba quejando por la música alta.

La violencia como una forma de vida.

Por qué.

Podría ser que nos hemos acostumbrado tanto que uno más o uno menos importa poco.

Tenemos muertos malos y muertos buenos.

Somos capaces de decir se lo merecía. Eso le pasó por…

Los comentarios en redes sociales son muchas veces una invitación a desaparecer al otro: no argumentemos, no escuchemos, que les den bala.

Qué tremenda opción tan fácil (es ironía, ahora que hay que explicar las ironías).

Una reina de belleza le preguntó a un precandidato: ¿Tenés una pistola con una bala, te sueltan a correr a Petro y a Daniel Quintero, a quién le das la bala? Él responde, sonriente, que a Quintero, y ella le dice que un cachazo a Petro, pues, al menos.

Luego argumenta que la libertad de expresión, pero hay diferencias con apología al delito.

Justificamos la violencia con un depende —depende para dónde va.

Y en tiempos de elecciones, en lugar de descartar y cuestionar a los que proponen el uso de las armas, cerrar el congreso, acabar la democracia, negar a las víctimas y las ejecuciones extrajudiciales y la aniquilación de la Unión Patriótica y una lista larga de hechos violentos que han marcado a este país, les aplaudimos, les celebramos la bulla, el alboroto, la posibilidad de que el mundo sea solo con los suyos, con los parecidos, con los que piensan igual. Votamos por ellos.

Acabo de terminar Espejos de Eduardo Galeano, un libro que se publicó en 2008: Una historia casi universal es el subtítulo. Lo que hace es reescribir hechos históricos importantes. La conclusión es que la historia se repite con actores diferentes. O que no cambiamos.

En mi cabeza se quedaron el inicio y el final del fragmento Guerras disfrazadas.

“A principios del siglo veinte, Colombia sufrió la guerra de los mil días.

A mediados del siglo veinte, los días fueron tres mil.

A principios del siglo veintiuno, ya los días son incontables.

y la guerra asesina a los que denuncian las causas de la guerra, para que la guerra sea tan inexplicable como inevitable.

Los expertos violentólogos dicen que Colombia es un país enamorado de la muerte.

Está en los genes, dicen”.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

Califica esta columna

Compartir

Te podría interesar