Cumplir años siempre implica detenerse. No solo para celebrar lo vivido, sino para pensar lo que se viene. Medellín llega a 350 años con el pulso inquieto de una ciudad que se mueve sin saber del todo hacia dónde. Es una ocasión hermosa y contradictoria: celebramos lo que somos, pero también sentimos el vacío de no tener claro hacia dónde vamos.
Medellín es fascinante. Ninguna otra ciudad de Colombia ha experimentado transformaciones tan profundas. En la transición del siglo XIX al XX pasó de ser una villa a una ciudad industrial y en el XXI a convertirse en una metrópoli alrededor de la innovación; de capital de la violencia en los 90’ a ser un laboratorio urbano reconocido en todo el mundo en el siglo XXI.
Pero en ese espíritu futurista que la caracteriza, que al estilo Marinetti llega incluso a exaltar la violencia, palpita una tensión que no podemos ignorar: Medellín no tiene hoy un proyecto de ciudad. No hay un horizonte común que oriente sus esfuerzos de forma colectiva, más allá de cada Alcaldía. Desde hace 10 años, cada administración intenta dejar su marca borrando la anterior.
Alguna vez Medellín supo planear con visión. El ‘Plan del Medellín Futuro’ formulado hace más de un siglo, impulsado por la Sociedad de Mejoras Públicas (@SmpMedellin); el ‘Plan Piloto’ y el ‘Plan Regulador’ que contaron con la asesoría de Le Corbusier a mediados del siglo XX; el ‘Plan de Desarrollo Metropolitano del Valle de Aburrá’ en 1986; los primeros Planes de Desarrollo desde 1995 (corto plazo) y los Planes de Ordenamiento Territorial desde 1999 (mediano plazo); pero, sobre todo, el ‘Plan Estratégico de Medellín y el Área Metropolitana’ formulado entre 1996 y 1999, un verdadero proyecto de ciudad a largo plazo, que tenía como horizonte el año 2015 y sirvió para guíar, de una u otra forma, las administraciones que se desarrollaron en ese período. El metro, los parques biblioteca, el espacio público de calidad, los programas sociales como ‘Buen Comienzo’, y los escenarios de planeación participativa como ‘Planeación Local y el Presupuesto Participativo’. Esos proyectos, por más goda que sea Medellín, no fueron milagros, fueron productos de decisiones políticas. La expresión concreta de un sueño compartido. Hoy, en cambio, pareciera que improvisamos el futuro día a día, en el mar. La planificación se volvió trámite, la participación ciudadana un formalismo, y el largo plazo un sueño que nadie se atreve a construir.
Las ciudades se definen por su capacidad de pensarse más allá de sí mismas. Lefebvre, Harvey (@profdavidharvey) o Castells hablan del ‘derecho a la ciudad’ como la posibilidad de construir colectivamente su futuro. No es solo un derecho a habitarla, sino a imaginarla, a transformarla. Medellín necesita recuperar ese derecho.
Amar una ciudad no significa callar sus contradicciones. Querer a Medellín es aceptar su complejidad: la belleza de sus montañas y la dureza de su periferia, la creatividad de su gente y la agresividad de sus desigualdades. Por eso, este aniversario debería ser más que un acto conmemorativo, tan frío como el que realizó la Alcaldía (@AlcaldiadeMed) en el Parque de Berrío. Debería ser una pausa para pensar el proyecto común que perdimos. Una invitación a reconstruir la idea de ciudad.
Celebro los 350 años de Medellín con cariño hacia el lugar que me vio nacer, pero también con preocupación porque veo cómo se extravía. Porque sigo creyendo en su capacidad de rehacerse, pero temo por su falta de dirección. Que este cumpleaños nos sirva para algo más que mirar atrás: para atrevernos, otra vez, a imaginarnos juntos hacia adelante.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-suescun/