Tenemos con quien 

Si hay una elección importante el año entrante, es la del Congreso de la República. En marzo, misma fecha en la que se harán las consultas interpartidistas, los colombianos iremos a las urnas para renovar el Legislativo. Este periodo es, tal vez, uno de los más oscuros de este Congreso: por allí se movió buena parte de la plata para torcer los contratos de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, al punto que los expresidentes de ambas cámaras, Andrés Calle e Iván Name, están presos y a la espera de juicio por recibir miles de millones de pesos.

Si la dignidad y la altura de la Presidencia de la República se han ido degradando, lo del Congreso ya no aguanta el más mínimo examen ético ni estético. El rigor y el decoro son dos cosas que escasean en ambas cámaras. El Congreso dejó de ser ese recinto donde se daban las grandes discusiones de país para volverse una trinchera de unos y otros.

Pero bueno, hay esperanza de que las cosas puedan ser más dignas y decentes. De todas las orillas del espectro político hay buenas candidaturas. Les canto la mía: el exministro de Salud y exrector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria.

Su vida pública ha estado marcada por la coherencia, la reflexión y la defensa del diálogo. Desde el Ministerio impulsó la regulación de precios de medicamentos y la defensa del sistema de salud como un derecho, no como un privilegio. Desde la academia promovió el pensamiento crítico y la autonomía del conocimiento frente a los dogmas. Y desde sus libros, nos ha recordado que la política sin humanidad es apenas una máquina de poder.

Aspirará al Congreso por la coalición Ahora Colombia, con el aval del Nuevo Liberalismo, un espacio que busca reagrupar las fuerzas de centro y devolverle algo de altura a la política. Pero incluso allí, entre quienes dicen compartir una misma visión, las disputas internas y las resistencias personales han hecho difícil reconocer el valor de una figura como la suya. A veces la política colombiana parece empeñada en tropezar con su propia pequeñez.

Quizá no todo esté perdido. Tal vez la renovación que necesitamos no venga de los extremos, sino de quienes aún creen en la sensatez, la decencia y el diálogo. De quienes entienden que el país no necesita más ruido, sino más sentido. Y que esta vez, por difícil que parezca, todavía podemos votar por personas decentes.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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