Lo que sirva de mí, que lo usen

Permítanme ustedes que me salga por la tangente. Sé que hay cosas urgentes para poner sobre la mesa: lo de Quintero implosionando el Pacto Histórico, lo de los camanduleros y los meapilas alborotados en Medellín, que un par de libros de García Márquez haga parte de los más de 4.000 títulos prohibidos en ciertas escuelas de Estados Unidos. Que haya más de 4.000 títulos prohibidos en las escuelas de Estados Unidos y que quizá haya aquí quien lo quiera hacer, también.

Pero, insisto, me saldré por la tangente, porque quiero hablar de otro tema, de otro titular, de este: «Donantes de órganos en Antioquia cayeron 10%».

Lo leí en El Colombiano del miércoles 15 de octubre. Y desde entonces, lo he recordado de vez en vez. Quizá porque fue un tema al que me acerqué y del que aprendí cuando fungía como reportero y cubría temas de salud. Tal vez porque conocí a Marta Lucía Cárdenas, a quien le “instalaron” en su pecho un corazón nuevo, y me dijo: «Jamás había pensado ni en trasplantes. Ahora sí. Donde tuviera más vida y sirviera tan solo un dedito, lo doy».

O quizá porque fui a la casa de Ángela Gutiérrez, que a los 42 años, recibió un trasplante bilateral de pulmón y supe que tuvo que esperar cuatro meses para que apareciera un donante compatible con ella.

O puede ser porque conversé con Claudia Castillo, la primera mujer que recibió un trasplante sin necesidad de inmunosupresión. A ella le dieron una nueva tráquea. También conocí a Francisco Montoya, que me contó sobre su hígado, que antes fue de otra persona. «Yo no tenía como opción donar, pero mis hijos ahí mismo firmaron y a todo el que conozco, le echo el cuento», me dijo entonces. O porque fui unos de los periodistas que cubrió que el trasplante de corazón que recibió Emanuel Torres Mazo cuando apenas llevaba tres meses sobre este mundo. Y lo vi luego a los cinco años. Y luego a los nueve.

Y todo aquello era posible —esas historias, esas vidas extendidas— porque hubo gente que dijo que sí a donar los órganos, porque hubo deudos que, en medio del dolor o el estupor de la muerte de alguno de los suyos, dijeron que sí.

Y recuerdo haber escrito en aquel entonces, con tinte de orgullosa generosidad, que Antioquia era la región del país donde más personas donaban órganos, que había entre estas montañas una semilla sembrada que había germinado y que permitió, durante años, entender el valor de regalar vida. Pero ya ven, «Donantes de órganos en Antioquia cayeron 10%». En 2023 hubo 103. En 2024, 93.

¿Qué por qué más personas dijeron que no?

Déjenme, primero, preguntarles algo. ¿Recuerdan una serie colombiana llamada Pálpito? Llegó a ser, en su momento, la segunda serie de habla no hispana más vista en Netflix. Esa donde un inescrupuloso asesor político manda a matar a una mujer para robarle el corazón para que se lo pongan a su novia que, a su vez, se enamorará del viudo de la difunta…

Cuando la vi pensé que esa historia truculenta, que tenía el robo de órganos como telón de fondo, afectaría de alguna manera las respuestas positivas a la donación. No tengo pruebas de ello, solo eso, un pálpito. Y sería, además, una tontería asegurar que es esa la única causa. Aún así, hay temas que merecen un poco más de seriedad cuando se abordan.

Sin embargo, la nota de El Colombiano dice que, entre las razones para negarse hay varios mitos: que los componentes corporales pueden ser vendidos en el mercado negro y que hay un turismo de trasplantes. Pura paja. La misma complejidad de un trasplante (recuperación, traslado, el trasplante mismo) hace casi imposible tales cosas.

Pero a lo que voy: que yo sí. Lo que sirva de mí, que lo usen. Lo he dicho en mi casa, a los míos, que lo tengan claro. Y lo recuerdo aquí, queda por escrito, para que digan que sí, si es que se ven, en algún momento, ante esa pregunta.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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