El descaro de Daniel Quintero: ¿candidato presidencial? ¿en serio?

La política colombiana no deja de sorprendernos, y no siempre para bien. En un país donde la memoria parece flaquear y la indignación se disipa con rapidez, hoy nos enfrentamos a un nuevo capítulo de cinismo político: Daniel Quintero, el exalcalde de Medellín con la peor imagen desde que se realizan encuestas en la ciudad (74% de desaprobación), se lanza como candidato presidencial. ¿Qué méritos cree tener para aspirar al cargo más alto del país? ¿Acaso su gestión marcada por el desgreño administrativo, el clientelismo y las investigaciones por corrupción?

Durante su mandato, Medellín recibió más recursos que nunca, pero los resultados fueron peores. El informe de Medellín Cómo Vamos lo deja claro: más dinero, menos impacto, y una caída estrepitosa en la confianza ciudadana. La ciudad se convirtió en un laboratorio de improvisación, donde la transparencia fue reemplazada por propaganda, y la colaboración institucional por confrontación. Quintero no gobernó, se atrincheró.

Y ahora, como si nada de eso importara, se presenta como el salvador de Colombia. Promete “resetear la política”, cerrar el Congreso, eliminar notarías y cámaras de comercio, y regalar lavadoras y computadores como si fueran caramelos en campaña. ¿Es esta la visión de país que merecemos? ¿Un populismo de feria, sin sustancia ni respeto por las instituciones?

Pero el descaro no termina ahí. Su esposa, Diana Osorio, ha decidido sumarse al espectáculo con una visita a Quibdó que raya en la apropiación cultural. Vestida con trajes típicos del Chocó y luciendo trenzas, Osorio se paseó por el territorio chocoano, luego de la festividades locales como si la cultura afrocolombiana fuera un disfraz para la foto. No hubo un gesto auténtico de reconocimiento, ni una palabra sobre las luchas históricas del pueblo chocoano. Solo oportunismo, solo marketing político.

Este tipo de gestos no son inocentes. Son parte de una estrategia que instrumentaliza la identidad, la pobreza y la diversidad para ganar votos. Es el mismo patrón que vimos en Medellín: espectáculo sobre sustancia, imagen sobre gestión, promesas sobre resultados.

Daniel Quintero y Diana Osorio representan una forma de hacer política que Colombia debe superar. Una política que no construye, sino que manipula. Que no une, sino que divide. Que no respeta, sino que se disfraza.

La candidatura de Quintero no es solo una ofensa a la inteligencia de los colombianos. Es un recordatorio de que el poder, cuando se ejerce sin ética ni resultados, se convierte en una amenaza para la democracia.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/ximena-echavarria/

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