Hay un asunto en el que puede estar de acuerdo una inmensa mayoría de medellinenses: con Daniel Quintero, a metros. En Colombia debería ser igual.
Su presencia en la consulta interna del Pacto Histórico es un error desde cualquier punto de vista y una bofetada a quienes hemos apoyado los movimientos de izquierda y progresistas, porque Daniel Quintero Calle está lejos de ser cualquiera de esas dos cosas.
Lo del exalcalde de Medellín, para ponerlo en términos artísticos, es una suerte de happening, esa mezcla de provocación e improvisación, que le resulta muy efectiva para las redes sociales y para alebrestar a los que se indignan fácil. Lo suyo es la pose y la diversidad de principios, porque, parafraseando a Cabal (a Facundo, no a María Fernanda), Quintero no es de aquí ni es de allá. Su habilidad ha sido ir probando dónde y cómo abrirse un hueco en el entramado de la política para beneficio propio.
Militó en el Partido Conservador. En el Liberal. En un partido fallido apellidado del Tomate y saltando de aquí a allá terminó elegido alcalde de Medellín como cabeza de una organización llamada Independientes. Su triunfo fue una mezcla de antiuribismo (pese a que el propio Quintero ha dicho en entrevistas que votó dos veces por Uribe) y hartazgo del naciente fiquismo, si es que tal cosa existe.
Y, como alcalde, emprendió una serie de acciones que terminaron deteriorando las relaciones de confianza que se habían tejido en Medellín tras años de trabajo conjunto entre diferentes sectores, con las que se intentaron exorcizar (y esconder, también) los fantasmas del pasado que han acosado a esta ciudad desde la década del 80 del siglo pasado. Podían mejorarse, sí, porque no eran perfectas, pero no empeñarse en destruirlas.
Quintero es un tipo ambicioso. Y su administración fue eso: una persecución para alcanzar sus intereses muy particulares para beneficio propio y de los que considera suyos. “Sigue el dinero”, le hizo decir el guionista William Goldman al personaje de Garganta Profunda en la película Todos los hombres del presidente, la versión cinematográfica del libro homónimo de los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward sobre el escándalo de Watergate que terminó con la renuncia de Richard Nixon.
En el caso de Medellín, ese rastro deja una larga lista de 38 imputados —con el propio Quintero a la cabeza— en uno solo de los escándalos que rodeó la gestión del exalcalde: la venta del lote llamado Aguas Vivas. Y aún hay más que investigar: lo de Buen Comienzo, lo del PAE, la contratación en Telemedellín…
Es cierto que no es el único imputado que está en campaña. En el Centro Democrático incluirán, o esa intención han manifestado, al ciudadano Álvaro Uribe Vélez, condenado en primera instancia, en sus listas al Congreso. Que para torcer la justicia no hay sesgo político que lo evite.
Pero más allá de eso (que ya es suficientemente serio), el problema con la inclusión de Daniel Quintero Calle dentro de la consulta (un capricho del propio Petro) es una renuncia a los principios que debe representar una coalición de izquierda que aspire a ganar las elecciones de 2026.
Quintero ha sabido vestirse con el traje que mejor le convenga, porque lo suyo es un proyecto personal, no político. Por eso, si gana él, perdemos todos. Comparte con Petro (y con otros candidatos y precandidatos) esa tendencia populista, pero a diferencia del presidente, sus preocupaciones sociales son impostadas. A Quintero solo le importa el bienestar de Daniel Quintero.
Ojalá lo derrote Iván Cepeda en la consulta interna del próximo 26 de octubre. Y cuando Quintero intente honrar la palabra de apoyo empeñada, ojalá el propio Cepeda, como escribió el compositor mexicano Álvaro Carrillo, le cante aquello de “ni siquiera sientas penas por dejarme / que ese pacto no es con dios”.
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