Las fiestas de San Pacho no son solo una celebración, son patrimonio cultural inmaterial de la humanidad y, sobre todo, un oasis de esperanza en medio de la precariedad que golpea día a día al Chocó. En un territorio marcado por el abandono estatal, la violencia y una corrupción que parece no darnos tregua, la música, los disfraces, las comparsas, los 12 días de celebración incesante y la fe se convierten en la más auténtica forma de resistencia y dignidad colectiva.
Hansel Camacho lo resumió con lucidez en la canción homenaje a San Pacho: “y los barrios hacen sus disfraces siempre protestando”. Esa estrofa no es un adorno lírico: es la constatación de cómo el pueblo chocoano, aún en medio de la adversidad, encuentra en la fiesta una tribuna para denunciar, exigir y soñar con justicia. San Pacho no es evasión, es memoria, protesta y esperanza; es la manera como un pueblo se niega a rendirse frente a las cadenas de la exclusión.
Yo llevo en el alma el orgullo de ser chocoana. Aunque la tez y el acento me abandonen, la identidad es algo que trasciende lo superficial y lo aparente. La identidad se vive en la forma como caminas el mundo, como vibras con el sonido de la chirimía, como entiendes que en lo comunitario está el verdadero sentido de la vida. Ser chocoano no se reduce al acento o al color de la piel: es una manera de sentir, de resistir y de existir.
San Pacho es eso: lo que nos invade el alma, lo que nos hace bailar sin miedo a la tristeza, lo que nos recuerda que la alegría también es un derecho político. Porque celebrar, cantar y danzar en medio de las dificultades es, en sí mismo, un acto de rebeldía frente a la miseria impuesta. Y allí radica la grandeza de esta fiesta: nos enseña que nunca nos podrán arrebatar lo que somos.
Colombia y el mundo deben conocer a San Pacho. No como un simple atractivo turístico, sino como la expresión más genuina de un pueblo que resiste y se reafirma a través de su cultura. Porque en San Pacho se revela lo mejor de nosotros: la creatividad, la dignidad y la esperanza que nos mantiene en pie.
Mientras el mundo propende por la individualidad, San Pacho nos obliga a compartir con la comunidad y encontrar esa otredad para crear y estar aún cuando somos diferentes, en el marco de la familiaridad y el regocijo que ofrece el Choco, San Pacho es el poder que encontramos en lo popular, en lo público. Aquí bundear es gratis y lo único que tienes que debes llevar es actitud y disposición para dejarte llevar por el ritmo. La privatización no ha tocado las puertas de San Pacho, y eso hace posible que el valor de lo colectivo siga conservándose.
El mensaje es claro: mientras la corrupción devora instituciones y la violencia deja huellas profundas, el Chocó le dice a Colombia que hay motivos para ser felices, que hay una cultura que vale oro, que hay una identidad que resplandece incluso en medio de la adversidad. San Pacho es patrimonio de la humanidad, pero sobre todo, es patrimonio de la resistencia y de la vida.
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