En agosto las mujeres recibimos una amarga noticia: Juan Carlos Florián fue nombrado como ministro de la Igualdad de Colombia. Recuerdo que una de sus primeras acciones fue subir una foto a redes sociales en la que se le marcaba claramente la entrepierna, acompañada de un mensaje impositivo, parco y vulgar para quienes, se supone, estaba pensada la entidad que entraría a representar.
Su investidura no solo le reafirmó al país el nivel de cinismo de este gobierno con las mujeres y las niñas, sino que además rompió con la Ley 581 de 2000 —la llamada ley de cuotas—, que obliga a las entidades públicas a garantizar la participación paritaria de las mujeres en su integración.
Mujeres, léase bien. Para la molestia de muchos. Y sí, está pensado en los términos de la diferencia sexual, esa que tan amañadamente se pretende ignorar. Resulta irónico, teniendo en cuenta que para el Ministerio de la Igualdad parece casi obvio que la prostitución es sinónimo de mujer; pero, cuando se trata de los cargos de dirección, “mujer” puede ser cualquier cosa. Para sorpresa de nadie.
Nada puede esperarse de una entidad que defiende abiertamente el proxenetismo y se sienta de igual a igual con quienes se lucran de la explotación sexual de mujeres y niñas. De un ministerio que nació para extinguirse —pues ni siquiera se aunaron esfuerzos para tramitar un proyecto de ley que no fuera contrario a la Constitución—. Nada puede esperarse de unos ministros cuya trayectoria está marcada por la misoginia de siempre.
Hoy se tramita en el Congreso un nuevo proyecto de ley para mantener con vida el Ministerio de la Igualdad. Y, con la frustración de quien ve perder una oportunidad histórica, deseo que no prospere. Al menos no en este gobierno, en el que pareciera caber todo el mundo, menos la mitad de la población colombiana: las mujeres.
Muere en su ley.
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