Inefable se escribe con “i” de infamia

No puedes huir de las imágenes, aunque quieras. Ni evitar que se deforme el gesto cuando irrumpen en tu feed de Instagram, entre un anuncio de ropa y otro de maquillaje. Se atraviesan en tu vida varias veces al día y deslizas rápido para no mirar. Para no contar las vértebras de una espina curvada. No ver ojos salidos de las órbitas. No explicarte que lo que el niño lleva puesto en vez de pañal es una bolsa negra de basura.

Varias veces al día lees Gaza y hambruna y genocidio y ves manos estiradas, muchas, en tumulto, sosteniendo ollas vacías. O tal vez no. Si es que el algoritmo entiende que no te interesan las noticias.

No importa si has visto. Las fotografías son como otras que te habrán mostrado en clases de historia, en películas que sí te hacen llorar o en internet cuando has buscado términos como “holocausto” o “campos de concentración”. Estas se parecen mucho, pero no son del siglo pasado, son de ayer o de mañana y, como las de antes, son el resultado de un arma de guerra.

Piensas que desde este rincón del mundo no puedes escribir sobre ese grito ahogado que es indignación e impotencia de ver el cinismo, del que también hay fotos: raciones de comida planeando en paracaídas, lanzadas desde aviones por Israel, para que caigan en cualquier parte y el mundo tenga pruebas de que sí hay una respuesta humanitaria al clamor mundial por las víctimas de la franja de Gaza.

Piensas en que aquello en el otro lado del mundo, la desesperación de miles que se agolpan gritan y son atacados frente a los puntos de distribución de víveres de la Fundación Humanitaria de Gaza, creada por el gobierno israelí y E.U. para sustituir las redes de la ONU, se acerca a lo inefable. Los cerca de mil muertos que han caído como insectos en la telaraña, que es el espejismo de un saco de harina para hacer pan no alcanzan a describir la infamia.

Piensas en el hambre y ¿qué sabes de ella, cuando deja de ser un impulso y se convierte en dolor? Nada. No sabes del hambre como idea fija en el cerebro; no sabes de ese limbo que te dobla y te acurruca y te lleva a ese punto indeterminado en el que la vida deja de serlo y la muerte no se alcanza.

Pero sí se alcanza, van 147 muertos de hambre, inanición, desnutrición severa, starvation. Alrededor de 100 son bebés o niños que han adelgazado tanto, que sus madres los toman en brazos como si volvieran a ser neonatos.

Te dices que robarías, para alimentar a tus hijos. ¿A quién? Si todos padecen lo mismo. ¿A dónde? Si las tiendas de víveres están vacías. Entonces lo venderías todo. ¿Qué te queda? Una tienda de campaña entre muchas, en medio del hacinamiento y la destrucción. Entonces matarías. ¿Cómo? Si no te quedan fuerzas. Lees que eso es el hambre*: comerte a ti mismo de a poquitos, hasta que se te seca la boca y se te hincha el vientre. Hasta que te atacan las enfermedades o te atacas a ti mismo ante bacterias propias de las que no sabes ya defenderte. Y tragas tres cucharadas de lentejas, que es la ración que tienes sin masticar apenas, pero las expulsas en una diarrea sangrante. El hambre es la ira, la extrema conciencia del cuerpo, la pérdida total de la fuerza lo mismo para vivir que para morir.

Leíste que dos ONG del propio Israel reconocieron por primera vez en sendos documentos que lo que está ocurriendo en Gaza es un genocidio. Oíste que hasta Donald Trump, dijo que lo que había allí era una “auténtica hambruna”.

Piensas que tal vez falte poco para el fin de la crisis, pero luego te dices que no, porque el rumbo de la historia, como cuando el holocausto contra los judíos, parece estar marcado hacia el holocausto del gobierno judío de Netanyahu contra los palestinos. Y que ese rumbo se escribe con la “i” de inefable, porque no puede ser dicho ni descrito, y con la “i” de infamia.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/

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