Conocí el concepto, de manera coherente, en una columna de opinión en el diario español El país y fue como una especie de epifanía. Entendí o, para ser preciso, afiancé varias reflexiones que venía haciendo desde hace algunos años, relacionadas con asuntos que son centrales en mi vida y con preguntas, cuestionamientos y angustias conectadas con ellos. “El paréntesis de Gutenberg” se refiere al periodo entre la invención de la imprenta de tipos móviles (mediados del siglo XV) y la irrupción de las nuevas tecnologías de la información digital y en redes (finales del siglo XX y principio del XXI). La idea fue inicialmente desarrollada por el académico danés Lars Ole Sauerberg y luego profundizada por Jeff Jarvis y Thomas Pettitt.
El concepto señala que la popularización de la palabra escrita rompió con una larga y posicionada tradición oral, colectiva y personalizada de comunicación y que, a pesar de inicialmente crear una brecha entre quienes sabían leer y quienes no, rápidamente, por medio del libro, logró conectar millones de personas de territorios y culturas muy distintas. Durante el paréntesis, corto en cuanto a la historia de la humanidad, se impuso el texto fijo, la autoría plenamente identificada y se creó una verdadera industria editorial y del conocimiento. También se posicionó la masa y la posibilidad de hablarle con la palabra escrita publicada.
El paréntesis, según los autores, ha terminado. El video, el podcast, el audiolibro, la comunicación multimodal, la conectividad, la imagen, el emoji y el tiempo real están transformando profundamente la manera cómo, cuándo y con quién nos comunicamos. La palabra escrita en libros, revistas, diarios y documentos de todo tipo es ya solo una forma de comunicación que intenta sobrevivir entre la efervescencia, la velocidad, la monstruosa cantidad y la provisionalidad de lo visual y lo sonoro.
Le dije a ChatGPT (la inteligencia artificial es otro poderoso actor post paréntesis) que me comparara la producción de información en un año entre la industria del libro e internet. Después de realizar varias claridades y de calcular el desempeño anual de cada sector concluyó que la industria del libro, según la Unesco, publica 2.2 millones de ejemplares cada año conteniendo un total de 1.65 terabytes (un terabyte son mil millones de bytes) de información. Según varias fuentes se calcula que en un año se publican 60 mil millones de terabytes en internet. Es decir internet publica 36.36 miles de millones más información que la industria del libro.
Más allá de las cifras que son tan grandes que desconciertan, tengo que confesar que, por haber nacido dentro del paréntesis en una familia que valoraba los libros y en una biblioteca que me sirvió de escondite durante buena parte de mi adolescencia, soy un nostálgico. Un “nostálgico de mierda” para ser exacto y parta recordar a Leonardo Padura, el gran escritor cubano. Yo crecí en la época en que la palabra escrita tenía un valor y una altura y era sinónimo de reflexión, creación, conocimiento y responsabilidad. Obvio, siempre ha habido publicaciones mentirosas, manipuladoras, ligeras y calumniosas, pero los hijos del paréntesis creíamos tener la capacidad de separar y clasificar. A mi aún hoy, y a pesar de muchos ejemplos contrarios, me parece que publicar escritos, sean columnas, publicaciones académicas, poemas o textos literarios, es un gran reto y un honor.
Valoro el esfuerzo en tiempo, concentración y seguimiento que significa escribir. Valoro también la valentía, la fortaleza emocional y la apertura que significa publicar escritos y exponerse a la mirada del otro. Pero, parafraseando a Borges, soy mucho más lector que escritor y en eso sí que soy un añorante del libro. Me gusta tocar, oler, cargar, rallar y ordenar libros en un mueble. No he podido dar el paso al dispositivo electrónico a pesar de que sé que me sale más costoso y tengo menos acceso y alcance a obras y géneros al mantenerme con el compendio de páginas físicas con portada y contraportada. Las librerías y bibliotecas siguen siendo algunos de mis lugares preferidos en el mundo.
Entiendo y valoro las posibilidades que la red ha creado. Las múltiples voces que antes no se escuchaban. Los puntos de vista que no lograban el sí de los editores o el rating de los canales. A pesar de los complejos algoritmos de los barones de la tecnología (la llegada de Trump ha sido perfecta para desnudar a estos perversos negociantes de las emociones) y de la instrumentalización de las mentiras por parte de los gobiernos y sus fanáticos, creo que la red tiene muchas más cosas buenas y provechosas que asuntos negativos.
Pero vuelvo la mirada sobre los libros y sobre las publicaciones (en algunas van mis columnas) y siento que quizás lo que añoro del paréntesis de Gutenberg no es solo la palabra escrita sino también el ritmo, la velocidad y las condiciones que la acompañan. En una época en la que todo parece en constante aceleración y nos llegan avalanchas de información que nos sepultan, escribir y leer textos significa silencio, soledad, intimidad y tiempo. Tiempo lento. Tiempo largo. Tiempo de calidad. La ciencia, que ha sido protagonista central del paréntesis, parece estar descubriendo que leer libros y escribir a mano fortalece la memoria, la comprensión, el aprendizaje y la creatividad. Eso, por lo menos, es lo que encontré en la red. Quizás no sea tan mala idea seguir abriendo el paréntesis.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/