Perla y raíz

Para escuchar leyendo: La perla, Carlos Vives.

Hay ciudades que no se fundan: se revelan. Aparecen como un susurro antiguo entre la brisa y la sal, como un secreto que el mar ha guardado durante siglos. Santa Marta es una de ellas. No nació el día en que Rodrigo de Bastidas clavó su estandarte en la arena, sino mucho antes, cuando los pueblos Tayrona tejían en piedra su relación sagrada con la Sierra Nevada y sus aguas hablaban lenguajes que hoy apenas recordamos.

Yo la conocí un día de enero, cuando le dio cobijo al desarraigo de mi corazón, cuando se hizo mía y me enamoró del vallenato, ese que me habla de ella en cada fuelle del acordeón.

Este 2025, Colombia celebra los 500 años de esa revelación. Medio milenio de historia que no solo nos invita a mirar atrás, sino a preguntarnos quiénes somos. Porque en Santa Marta, como en un espejo de mar, se reflejan las contradicciones, los dolores, las resistencias y las esperanzas que han moldeado la identidad de todo un país.

Allí comenzó mucho de lo que somos. Allí se cruzaron los caminos de lo ancestral y lo foráneo, de la imposición y la rebeldía, del oro y la palabra. En sus calles primeras resonaron los pasos de conquistadores y los cantos silenciados de quienes habitaban antes, y desde entonces, la ciudad ha llevado en su piel las marcas de una historia mestiza, fragmentada y luminosa.

Santa Marta no es solo la más antigua entre nuestras ciudades: es también la más simbólica. Porque fue allí donde Simón Bolívar encontró su último aliento como si el ciclo de la independencia —nacido en la montaña y el campo— encontrara su reposo en la orilla. Porque para el mismo Libertador la ciudad no era solo un cruce de caminos, era la dueña del cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz. Porque es allí donde la Sierra se inclina al mar y nos recuerda que Colombia es, ante todo, un país de encuentros y contrastes.

Hoy, cinco siglos después, Santa Marta no solo resiste: florece. Entre el bullicio de su mercado, la cadencia del vallenato y el silencio reverente de sus montañas sagradas, la ciudad canta su eternidad. Celebra con orgullo su negritud, su raíz indígena, su mestizaje, y sigue escribiendo, con acento propio, la gran novela del Caribe colombiano.

Celebrarla es celebrar a Colombia. No con discursos huecos ni fuegos artificiales que se disuelven en el cielo, sino con memoria y gratitud. Con justicia para sus pueblos, con respeto a su naturaleza, con amor por su historia. Porque la identidad nacional no se construye en los grandes centros del poder, sino en las orillas donde comenzó el relato. En los puertos donde llegaron y partieron los sueños.

Celebrar sus 500 años implica reconocer que la identidad colombiana no nace en un solo punto ni bajo una sola bandera. Nace en los bordes del mar Caribe, en la Sierra Nevada sagrada, en los caminos polvorientos que alguna vez recorrieron indígenas, conquistadores, libertadores y migrantes. Santa Marta representa ese crisol de culturas, idiomas, creencias y memorias que nos conforman como país plural.

La ciudad también nos interpela desde su presente. A pesar de los retos sociales, económicos y ambientales que enfrenta, Santa Marta sigue siendo un reflejo de Colombia: vibrante, resiliente, con una identidad profundamente caribeña que se expresa en su música, su gastronomía, su literatura y su gente. Los 500 años no deben ser una efeméride vacía, sino una oportunidad para invertir en su desarrollo sostenible, en el reconocimiento de sus comunidades indígenas y afrodescendientes, y en la valoración de su legado patrimonial.

En Santa Marta, la Patria aún está naciendo. Cada amanecer sobre la bahía, cada ceremonia indígena en la Sierra, cada niño que corre bajo el sol ardiente, nos recuerda que este país no es un proyecto terminado, sino un nosotros en construcción.

Los 500 años son una pausa. Un momento para escuchar, no solo con los oídos, sino con el alma. Para entender que celebrar a Santa Marta no es mirar al pasado con nostalgia, sino al futuro con compromiso. Porque si alguna ciudad guarda el corazón profundo de Colombia, es esta, la Perla de América, que mira al mar con ojos de historia y esperanza.

Hoy hago Pagamento por vos, ciudad dos veces santa, calor de mis primeros amores.

Ánimo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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