En una reciente visita a la ciudad de Cúcuta pude notar una tensa calma. Podría asegurar que el clima de confianza al que estaba acostumbrado en estos días estuvo ausente en los territorios de frontera. Lo confirmé tras conversar con algunas personas que habitan el municipio limítrofe con Venezuela, Villa del Rosario.
Me aseguraron que la masiva deportación de ciudadanos venezolanos por parte de los Estados Unidos ha incrementado el temor de que algo muy malo ocurra. Estas creencias se fundamentan en una serie de mensajes que circulan en las redes sociales, los cuales invitan a los ciudadanos colombianos a prepararse para una inminente oleada de delincuentes que, según se dice, llegarían a la capital nortesantandereana.
Como si fuera poco, se han compartido videos que promueven la justicia por mano propia, bajo el título: ¡Colombia se respeta! Es preocupante el nivel de violencia que se intenta justificar en contra de la población venezolana mediante una comunicación malintencionada en las redes sociales. No existe evidencia alguna que demuestre que, en los próximos días, miles de delincuentes vayan a ingresar a Colombia como Pedro por su casa.
Lo cierto es que las personas que sufren el drama de la migración están siendo catalogadas como indeseables por una sistemática estrategia de desinformación. Esto no es nuevo. Vale la pena recordar las noches del 21 y 22 de noviembre de 2019, cuando circuló en redes sociales el rumor de que grupos de vándalos de nacionalidad venezolana estaban atacando conjuntos residenciales en Bogotá, Cali y otras ciudades del país.
Así lo documentó el medio Rutas del Conflicto: “Esta información se esparció rápidamente y los ciudadanos se encargaron de grabar a sus propios vecinos corriendo en medio del pánico y los gritos. Al subir estos contenidos a la web, se amplió todavía más el alcance de la desinformación frente a los discursos discriminatorios que tienen un contexto de xenofobia, racismo, machismo o violencia contra miembros de la población LGTBI”.
Desmitificar las narrativas violentas en contra de la población venezolana es responsabilidad de todos. Para ello, será necesario poner en práctica al menos tres cosas. Primero, tomar perspectiva de la información que consultamos analizando su autenticidad. Segundo, evitar el lenguaje despectivo al referirnos a los ciudadanos de origen venezolano. Un ejemplo claro sería: es Claudia, no “Veneca”.
Lo tercero será apelar a la empatía como una forma de imaginarnos en el lugar de quienes están pasando por esta crisis y, posteriormente, acompañarlos. Terminada mi visita a Cúcuta, recordé el famoso relato de Gabriel García Márquez: Algo muy grave va a suceder en este pueblo. La constante sensación de la mujer vieja de la historia, de que algo malo se aproxima, está sustentada en la superstición y no en hechos concretos. Algo similar percibí en las historias de las personas que entrevisté.
No obstante, existe una diferencia sustancial entre lo que sucede aquí y el cuento: la migración es un hecho real y nada tiene que ver con la inventiva de algún ciudadano desprevenido. Ahora estoy en Bogotá y en una típica caminata por los parques de la ciudad, pude escuchar comentarios similares a los de la frontera.
Me temo que al igual que en el relato de García Márquez, estemos presenciando cómo un rumor malintencionado sobre las personas venezolanas se asemeja al pájaro que cruza la plazoleta, se corra la voz y luego llegue todo el mundo, espantado, a ver el pajarito, y terminemos en bandada prendiéndole fuego a la ciudad mientras alguien declara: “Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca”.
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