Quisiera retomar algunas de mis preguntas de la columna anterior. Como saben, la diversidad y la inclusión son roles que desempeño en mi mundo laboral y, por ende, es una pregunta que me sigue preocupando, especialmente con las crisis de polarización y el desmonte de estas agendas en Estados Unidos.
Estas semanas he estado investigando sobre lo que ha pasado con la agenda DEI. Aunque ya mencioné algunos puntos, como la derechización de los Gobiernos y el retroceso en la garantía de derechos como un horizonte global, creo que quienes promovemos este tema estamos encontrando múltiples reflexiones.
Estamos aprendiendo que creer en los derechos no basta. Promover las cuotas sin preguntar por los procesos no generó una apertura sostenida en el tiempo. Llenarnos de acciones afirmativas, políticas y protocolos se convirtió rápidamente en documentos vacíos sin vida en las organizaciones.
Estamos aprendiendo que caer en la corrección política trajo silencios, autocensuras y sabotajes. Complejizar el lenguaje hasta hacerlo incomprensible, denso y abstracto generó distancias en algunas personas.
Aprendimos que la diversidad no es solo contar poblaciones históricamente excluidas, destinar recursos para algunos programas anualmente y presentarse a premios y reconocimientos por ello.
Estamos aprendiendo que hacer DEI no es solo nombrar a quienes faltan y lo que falta, sino construir puentes que cierren esas brechas. Implica medirnos, comprender el impacto y el retorno social de las inversiones. La agenda requiere rigurosidad, conexiones con lo estratégico, con los grupos de interés y, siempre, con el modelo de negocio.
Estamos aprendiendo que la DEI nos permitió unirnos entre diferentes sectores, pues es una conversación que busca movilizar agendas de justicia social. Nadie puede hacerlo solo; se requiere del sector público, privado, social, académico y comunitario para superarlo. En estas conversaciones encontramos lugares de conexión, unidad y puntos en común, incluso en una sociedad tan polarizada.
Estamos aprendiendo que promover la DEI es un proceso y un camino. Aunque se pretenda acelerar el cierre de brechas, lo más fuerte es la transformación cultural, y esto requiere tiempo. No se hace solo con un área y un equipo limitado, se hace con transversalización, la conexión de múltiples personas, procesos y equipos. Se hace con convicción.
Por ello, me gusta llamarlo aprendizajes, porque es un proceso vivo que se está movilizando con quienes formamos parte de él.
Hoy puedo afirmar que la agenda no va a parar, y esto me llena de esperanza. El Sur Global sabe que la diversidad no es una agenda blanqueada para incluir públicos históricamente excluidos. Para nosotros, la diversidad es el pilar del desarrollo territorial y regional, pues es el atributo que nos permite vernos en horizontalidad y potenciar toda nuestra riqueza ancestral, cultural, política y biológica.
Estas conversaciones nos ayudan a reconocer la diversidad como el pilar más importante de nuestra cultura. Nos enriquece, nos ayuda a vernos como pares y a reconocer que, como la biodiversidad, nos adaptamos y evolucionamos cuando potenciamos aquello que nos diferencia.
Así que, si existen países, empresas o instituciones que creyeron que movilizar la DEI era una acción de favores para otros, un apéndice de sus presupuestos, una tendencia a la que tuvieron que sumarse sin proceso, un área que solo es un gasto y no genera valor, hoy puedo decirles que lo lamento, pues no vivieron las ventajas de esta conversación. Esta conversación genera pensamiento sistémico y crítico, trabajo colaborativo, innovación, creatividad y sensibilidad con el mundo que vivimos.
Al final, las agendas DEI son una forma de vivir las ciudadanías en el entorno organizacional y requieren mayor énfasis para vivirlo. ¿Qué ciudadanos y ciudadanas estamos fomentando? Ojalá una ciudadanía diversa, equitativa e incluyente.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/