Ser mujer

El ocho de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer. El de este año fue el primero de mi hija. Le escribí una carta para leerle en esta fecha, y la reproduzco aquí:

Agustina, hija mía: este día no se conmemora para que nos den flores, ni chocolates, ni nos digan que somos una creación perfecta de Dios. No lo somos. Somos humanas, ciudadanas con derechos y deberes. Somos la lucha de nuestras ancestras. Mujeres valientes que salieron a las calles a exigir un mundo libre para nosotras. Aún hoy, en algunos países, millones de mujeres y de niñas viven confinadas en sus casas sin la posibilidad de jugar, de estudiar, de disfrutar plenamente de su cuerpo y de decidir sobre él. Millones de mujeres viven en silencio y en una pobreza absoluta.

No habrá libertad total hasta que todas lo seamos. No habrá conmemoración final hasta que este mundo esté libre de violencias machistas basadas en género, hasta que nos dejen de encasillar en estereotipos tontos y superficiales. Hoy alzo mi voz por ti y por todas: para que siempre nos sintamos suficientes, para que podamos ser libres, acceder a educación y a trabajos bien remunerados, para que podamos hablar y expresarnos sin que nos digan exageradas o locas, para que ningún hombre crea que somos su objeto o su muñeca, para que NADIE nos diga cómo tenemos que vernos o comportarnos, para estar seguras.

Soy tu mamá porque elegí serlo y te acompañaré para que tú también elijas quién quieres ser y no tengas que hacerte pequeña o callarte para encajar nunca. Te amaré siempre en todas tus versiones, hija mía. Mi mujer guerrera y divina.

Ser mamá de una niña me ha hecho pensar en mi propia condición de mujer. Verla crecer ha sido resignificar muchas cosas de mi niñez y de la forma como me relacioné con los demás desde pequeña. También ha sido la constatación de que una vez te haces feminista ya no hay vuelta atrás y que, aunque parezca un disco rayado, la lucha por los derechos e igualdad de las mujeres no terminará nunca.

Y es que más allá de criticar la “celebración” del día, me interesa es que mi hija aprenda el verdadero significado de él. Cuando yo estaba en el colegio nos daban una rosa, nos llevaban al auditorio y los hombres hacían algún acto especial para nosotras. Sonaba de fondo la canción Mujeres de Ricardo Arjona y nos sentíamos importantes.

Nunca me hablaron de las mujeres sufragistas, de las 129 trabajadoras que murieron en una fábrica en Nueva York luego de que el dueño las encerrara por exigir mejores condiciones laborales, de las más de 200 millones de mujeres en el mundo que han sido víctimas de ablación, de que en algunos países las mujeres no podían trabajar, estudiar o divorciarse de su marido (todavía), de la pobreza menstrual y la falta de acceso a salud, del patriarcado, del feminismo.

Por el contrario, nos hicieron sentir insuficientes. Muy gordas, o muy flacas. Muy mostronas, muy remilgadas. Muy inteligentes, o no tanto. Muy juiciosas o muy necias. Nunca dábamos la talla. Siempre las locas, las histéricas, las lloronas. Y al hombre que se mostraba vulnerable: “eres una niña”. El horror. El patriarcado en su máximo esplendor.

El ocho de marzo, durante años, fue para mí un día comercial que no entendía, pero tampoco me interesaba por hacerlo. Cuando me hice feminista descubrí que el verdadero significado estaba lejos de lo que yo creía. Y entonces comencé a vivir con la lucha por dentro y a ser consciente de todas las limitaciones que a miles de mujeres noa habían impuesto. Entendí que el daño que se le hace a una, nos lo hacen a todas. Entendí que no necesitaba regalos ni felicitaciones, sino el respeto por la lucha de mis ancestras. Luchas que, incluso hoy, podrían perderse a manos de gobernantes misóginos y machistas que nos consideran exageradas, que quieren ocultar el daño nos hace el sistema patriarcal a las mujeres. Y a todos.

Por eso quiero que mi hija sepa desde pequeña que el ocho de marzo no es una fiesta, no es un día para sentirse especial ni para que la adornen. Quiero que viva, como yo, consciente de que sus derechos se los dieron otras, las mujeres más valientes. Y que por ser mujer no es más, pero nunca menos. Quiero que sepa que nació mujer y que su valor no dependerá jamás de la aprobación de nadie por cómo se vista, como se comporte o cómo luzca. Quiero que sepa que es dueña y soberana de su cuerpo y de su vida.

Mi hija —como yo, como todas las mujeres del mundo— es suficiente.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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