Al entender cómo la disciplina puede transformar la forma en la que se asume la propia vida, todo cambia. Pasamos de ser víctimas y títeres de las circunstancias y de otros, a ser libres y atentos a los detalles del presente. A ser consciente de cada paso que se da.
Esto comienza a materializarse cuando se crea la fortaleza del control propio sobre la mente y las percepciones ante lo que pasa alrededor. Si me dejo manipular constantemente por lo que va pasando, pierdo la libertad y la posibilidad de hacer y de actuar.
El valor de la disciplina está en las pequeñas decisiones que se toman a diario. En esas pequeñas acciones que parecieran no tener mucho impacto. Pero que juntas van marcando un camino que hubiera sido imposible de recorrer de otra manera. Al entender esa relación entre pasos y nuevos horizontes, la vida comienza a cobrar un sentido diferente, pues se ve impulsada por los intereses reales y propios, más que por las reacciones e impulsos causados por los estímulos y eventos que todos los días pasan.
Es por eso que se hace fundamental, como parte de ese proceso, tener la claridad mental de quién se es, quién se quiere ser y qué papel ocupa en el mundo, pues no hay forma alguna de poder tomar buenas decisiones y sentir que se avanza, si no se sabe hacia dónde se va, si no se tiene claro o pensado qué tipo de vida se quiere vivir y haber considerado al menos cómo lograrlo.
Ahora es fácil dejarse arrastrar por una mentalidad más facilista, en la que estos esfuerzos se ven apagados por el atractivo deseo de vivir al máximo cada momento y disfrutarlo, de “gozarse la vida”. Pero es un gozo a costa de la libertad, la de verdad. En principio porque lo que mencionaba antes no niega la posibilidad de disfrutar el momento, de hecho, lo potencia al darle un valor más grande del que pareciera tener y al tener la capacidad de tomar la decisión de qué se hace por sobre otras cosas que pueden resultar más atractivas en el momento. Pero también porque quedamos a merced de eventos y situaciones externas, ajenas a lo que es cada uno, por lo que es fácil vivir arrastrado por un deseo incontrolable de buscar el placer y una repugnancia extrema por evitar el dolor y el sufrimiento de cualquier tipo.
No se trata de reprimir o de esclavizarse. Se trata de generar la capacidad de subordinar los impulsos del momento a lo que consideramos más valioso.
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