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Amalia Uribe

Homenajes: la vida es un instante

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"Porque no hay nada más auténtico y más propio: nuestro relato de vida, ese que advertimos en un instante, sin saber lo que nos espera, y que construimos diariamente con la dedicación que implica el oficio más importante: el de vivir." 

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“Los genes siempre se heredan; la plata, a veces; las circunstancias, nunca”

Juan Manuel Uribe

Llevo mucho tiempo huyendo de la desnudez que implica la escritura. Aunque me gano la vida escribiendo, lo hago casi siempre bajo el anonimato. Exponer mis pensamientos y opiniones me da cierto pudor que me cuesta enfrentar. Pero hoy escribo por un motivo superior, el único que de verdad importa, el porqué las letras han sido tan importantes en mi vida, incluso antes de existir: mi papá. A él le debo mi oficio, mi vocación, y la irremediable certeza de que esto es lo único que sé y me gusta hacer. Lo que permanece. Lo más real y honesto que tengo. La escritura es mi vida y hoy celebro con ella la vida de mi papá, Juan Manuel. 

Mi papá nació un día como hoy de 1955, fue el séptimo de ocho hijos. Me parece importante resaltar el número que ocupó en la familia, pues es un hombre singular en todo el sentido de la palabra, como el siete. Empezó a coleccionar revistas de fútbol a los 6 años, encontró en ellas más que una pasión: descubrió su forma de vida, la que compondría su historia y le daría un sentido a su existencia. Entendió desde niño que no hay  mayor plenitud que la que alberga la memoria. Porque no hay nada más auténtico y más propio: nuestro relato de vida, ese que advertimos en un instante, sin saber lo que nos espera, y que construimos diariamente con la dedicación que implica el oficio más importante: el de vivir. 

De ahí en adelante, siguió coleccionando periódicos y revistas de fútbol, de Colombia y del mundo. Iba al estadio cada ocho días a ver a Nacional, aunque de niño primero fue hincha del DIM. Combinó sin pretensiones dos pasiones: el fútbol y la historia, que le dieron el título no buscado —porque él no cree en los diplomas— de historiador de fútbol. También el de periodista, que antaño era un oficio de pura vocación, una profesión que no existía en las facultades, a las que asistió por simple curiosidad, pero sin el afán de recibir un cartón. Porque mi papá nunca ha vivido con manual. Su visión de la vida, del trabajo, del éxito, de la familia y del amor no cabe en ningún estándar. Y ese es su logro más valioso: ser él mismo y dejar ser a los demás. 

Hoy intento hacer una semblanza de su vida y me queda grande. Es imposible cuantificar los logros de alguien que no se ha dedicado a ocupar cargos, ni a llenar la pared con diplomas, ni a acumular fortuna. Si lo tuviera a mi lado leyendo esto, me diría que los logros no importan porque son subjetivos. Me atrevo a otorgarle otro título, el de filósofo. No cree en nada, cuestiona todo, le molestan los prejuicios, no cabe en ningún concepto, excepto en uno: el de libertad. Cuando era niña siempre me decía: “Hija, tú puedes hacer lo que quieras. Lo único que no puedes hacer es ofender a nadie. El daño que les hacemos a otros es un daño que nos hacemos a nosotros mismos”. 

Hoy le agradezco que no me educó predicando formas de vida con imperativos morales. Lo he visto ser con todo lo que eso implica. Actuando según su criterio, equivocándose, acertando en algunas cosas, motivándome a pensar, no a repetir, dándome amor y ternura a su manera: con frases llenas de sabiduría y palabras cálidas. Hoy lo reconozco sin temor ni vergüenza como un ser humano imperfecto, que no se frena por ningún motivo y que dignifica su naturaleza humana, la misma que descubrió leyendo, y que le permitió darle a su vida su propio entendimiento, e impulsar a otros a develar la propia. A mí, desde niña, me decía que escribiera, que leyera, que pensara y defendiera mis ideas, pues solo eso me pertenecía, y jamás nadie podría arrebatármelo. 

Mi papá no es mi superhéroe. Es mi ser humano favorito.  

Papi, hoy te escribo estas palabras porque no tengo otro regalo que me alcance para ti, que eres el hombre más generoso y desprendido de este planeta —por lo menos de mi planeta—, de ese que me dejaste crear y moldear a mi gusto y jamás con tus imposiciones. Tú tienes lo más valioso a lo que cualquier persona pueda aspirar, riqueza interior. Yo solo tengo frases, intentos humildes de retratarte, para que cuando faltes —o falte yo— podamos revivirnos leyéndonos en estas letras que yo escribí, pero que tú sembraste, y que hoy, con un poco de temor al qué dirán, te expreso aquí.

Es la única y la mejor manera que encuentro de que siempre estemos juntos. De que sigamos desafiando todo y celebrando este fugaz paso por la Tierra, porque como dices tú: “La vida es un instante”.  

¡Feliz cumpleaños, papá!

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