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Para Borges, la amistad se diferencia del amor en que la primera “puede prescindir de la frecuencia o de la frecuentación”.
En distintas entrevistas, Rosa Montero afirma que su gran éxito en la vida es ser amiga. Pegado a esa frase menciona, casi siempre, que la amistad necesita inversión de tiempo de calidad. Es decir, para ella, la amistad requiere atención y esmero.
Según Aristóteles, la amistad es lo más necesario para vivir. El filósofo dedicó bastantes reflexiones al respecto. Para él, “si la ausencia se prolonga, parece provocar el olvido del propio sentimiento amistoso”.
Me quedo con Aristóteles y Rosa Montero. La amistad necesita ejercerse y renovarse con la presencia. Cuando se tiene amigos desde hace diez o veinte años, ninguno es el mismo de entonces. Nos re-creamos en la amistad. Y ahí radica parte de la belleza: hay aspectos de nuestra personalidad que se anclan y hay otros que se modifican poco a poco.
Abrazamos con entusiasmo al amigo de la niñez que nos encontramos cualquier día, por azar. Ese afecto suele ser genuino, pero es sobre el recuerdo, no sobre el amigo. En el presente, esa persona es más un ser desconocido que un amigo. No sabremos dar cuenta de sus logros ni de sus temores. Tal vez, aquello que nos era común en la niñez ya no exista siendo adultos. Nostalgia.
Ser amigos es acompañar esos procesos de permanencia y de transformación que ocurren a lo largo de la vida. Por eso, el afecto amisto requiere cierta disciplina. Se es amigo cuando se está presente en la existencia del otro. Y esa presencia no implica estar físicamente al frente: es un mensaje, una duda, una conversación cada tanto; es aliviar alguna preocupación, dar perspectiva…
Cuando dejamos de frecuentarnos se rompen fibras de la amistad. Para tener el éxito de Rosa Montero, ejercer como amigos es disponer de tiempo para enterarse de lo que acontece en y con el otro. Es saberse consciente de que las relaciones humanas se tejen con presencia; es darse cuenta de que con los amigos se crea la propia identidad. En la amistad hay certezas. Hay confianza.
Cuando la distancia se instala entre los amigos, se empieza a cuajar algo así como un “divorcio”. Posiblemente, cada uno tome decisiones vitales que lo llevarán por otras sendas. Tal vez, lo que es una separación de apenas un par de grados al principio, con el tiempo se amplíe tanto que sea imposible cerrar brecha.
Entonces, la pérdida de la amistad es un duelo inmenso. La ausencia de los amigos es espantosa. Las celebraciones son tristes, las conversaciones decaídas. Gana la incertidumbre.
En esta época tan catastrófica en todos los ámbitos de la existencia, mantener los lazos de amistad parece una actividad en peligro de extinción. Sin embargo, aunque el panorama sea tan terrible, la amistad activa seguirá siendo el refugio; el gran logro.
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