El presidente y medios del afecto

El presidente y medios del afecto

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La velocidad con la que han cambiado los medios de comunicación en las últimas décadas transformó la manera de relacionarnos. Las distancias que antes tenían que recorren los mensajes para encontrar un receptor hoy no existen. Las cartas que viajaban en barco por meses para llevar un mensaje a otro país son ahora mensajes de texto instantáneos. Los intermediarios también desaparecieron. Ya no tenemos que entregar nuestros recados a una persona en una oficina de correos. Los enviamos directamente, sin que haya presencia de un mediador.

Si en 1982 una persona no estaba de acuerdo con un editorial del Espectador, tenía que escribirle una carta a Guillermo Cano manifestando su desacuerdo (también podía ponerle una bomba al diario, pero eso la convertiría en una criminal de las peores). Ese proceso de escritura de la carta supone una mediación que permite que la emoción inicial se asiente. Esa persona podía iniciar su escritura con mucha rabia, incluso insultando al director del Espectador, pero a medida que avanzaba la página es posible que fuera cediendo su indignación. Al terminarla era también probable que desistiera de escribir dos o tres párrafos llenos de insultos. El lápiz, el papel y la escritura eran mediadores del mensaje que podían matizar la emoción inicial.

Esos mediadores desaparecieron. Si hoy esa misma persona quiere escribirle a un director de un medio de comunicación para insultarlo esa rabia se traslada inmediatamente, sin ninguna mediación que la atempere. Lo puede hacer también con ministros, directores de empresas, y presidentes. Ese traslado inmediato de la emoción, esa desaparición de la mediación, hace que hoy tengamos, en palabras de Byung-Chul Han, medios de comunicación del afecto.

Los medios del afecto propician una discusión más horizontal, más democrática. Cualquier individuo con una cuenta en una red social puede escribirle al presidente de la república. Si lo miramos desde una perspectiva idealista de la democracia deliberativa, son herramientas poderosas para tramitar las demandas ciudadanas. Además, las comunidades que se formaron en las redes sociales establecieron una plaza pública digital en la que los políticos hablan constantemente. Los discursos en parques y plazas son ahora hilos de Twitter. El año pasado Nayib Bukele, el relecto presidente del Salvador, hizo un video para sus redes sociales en plena conferencia de la ONU. Bukele dijo ese día que las personas ya no estaban atentas a esa conferencia, que estaban, más bien, conectados a Tik Tok o Instagram.

La tentación para los políticos es muy grande con estos nuevos medios de comunicación. Llevan a todas partes la plaza pública, la tienen en su bolsillo. Por eso hay primeros mandatarios que pasan más tiempo respondiendo mensajes en Twitter que atendiendo consejos de ministros. En los últimos años hemos visto una decadencia de la dignidad del cargo más importante del país. Al releer esa frase que acabo de escribir siento como si fuera una cita de Guillermo León Valencia por la defensa de las tradiciones y las formas, ¡pero no! Los medios del afecto han desdibujado la dignidad presidencial al punto de que el presidente de la república participa en discusiones completamente irrelevantes para alguien que debe gobernar el país. La dignidad presidencial no es una cuestión de protocolo y etiqueta. El presidente debe mantener unas formas de relacionarse, y, sobre todo, debe atender asuntos de importancia nacional. Con los medios del afecto, y la plaza pública digital, la relevancia nacional parece dada por las tendencias en Twitter.                

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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