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“No voy a ser capaz con este libro”, me repetí después de terminar las primeras páginas. Seguí. Me di cuenta de que ese libro no lo estaba leyendo, lo estaba llorando. Después, lo llevé a clase para compartir con los estudiantes el primer relato. Al empezar, les dije que era muy probable que llorara mientras lo leía en voz alta para ellos y que no me disculpaba por eso.
María Ospina Pizano acaba de ganar el Premio Nacional de Novela 2024 del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. Su libro: Solo un poco aquí. Un año antes había recibido el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, en Guadalajara. Hace apenas unos días, el nombre del libro volvió a sonar entre premios, pero ya de cuenta de la locutora colombiana Irene García, quien ganó el premio SOVAS (en la categoría Outstanding Audiobook Narration – Fiction – Best Spanish Voiceover) por el audiolibro del texto.
La autora logra, con maestría, conmover sin recurrir a fórmulas conocidas. Sus maneras narrativas son, sobre todo, apuestas éticas, reflejo de preguntas vitales sobre el poder, el capitalismo, la migración, el extrativismo, la libertad…
Se llega al libro con cierta arrogancia: leer historias de animales. ¿Serán fábulas? ¿Es para niños? Como si la literatura que tiene en el centro a la naturaleza fuera de menor categoría. La narración de María Ospina logra, de inmediato, bajarle las ínfulas al lector. Nos hace preguntarnos, incluso, porqué cuando aludimos a “naturaleza” nos ubicamos desde afuera. Como si “naturaleza” y “humanos” fueran excluyentes. Tal vez, esa postura occidentalizada, la que confía en la razón lógica por encima de todo es la misma que nos mutila, que nos aliena.
Mientras sigue los pasos de Kati, una perra callejera, el relato lo lleva a uno a ser testigo de una ciudad agreste, de las relaciones con la autoridad; de la pobreza, de la exclusión, de la violencia institucionalizada. Llanto. Siguiendo a la tángara, termina uno atravesado por el dolor: migración (de animales no humanos y humanos); deforestación, ruido, egoísmo; libertad, determinación. Volvemos a las preguntas: qué eso que nos hace humanos, qué nos separa de aquello que nombramos mundo natural, vida animal.
El ritmo y las notas poéticas de la escritora son punto de inicio. Lo que sigue es la conmoción interior. Después del libro uno ya no observa igual; esos seres que amanecen trinando en el árbol, frente al balcón, ya no pasan desapercibidos. Hay en ellos historia, narración.
Convivo con gatos y perros. Saco pecho diciendo que sí, que todos son adoptados, que no compramos animales. Me creo un ser humano muy bueno cuando un perrito de la calle se me acerca. O me creía. Ese libro, lo pone a uno a dudar incluso, del “benévolo” acto de adoptar; de la relación entre especies con sus matices de jerarquías y poderes. Es decir, le pega a uno un cimbronazo de humildad.
Si se va a regalar algo en estas festividades, que sea ese libro. Es un bello tratado de ética y dignidad.