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Me siento, abro el computador, trabajo. Me paro, me sirvo un café, me vuelvo a sentar. Son las cuatro de la tarde, doble click y presionar enviar. Llevo seis horas con 20 minutos sentada, me tomó 30 minutos almorzar y otros diez entre idas y salidas del baño. Muevo el maus, subrayo un cuaderno. Me vuelvo a levantar, me lavo el rostro en el lavamanos.

Paso 40 minutos en el carro hacia mi casa, llego, como, me empijamo, pongo la alarma y repito. Una y otra vez, una y otra vez. Lo hago sabiendo que tengo la fortuna de tener trabajo, y eso solo me hace sentir peor. Lo afortunada que soy y lo mal que de vez en cuando se siente; porque las oportunidades deberían generar gratificación, pero sé que no soy la única que pelea consigo misma por sentirse de esta forma. Diversos estudios, como el realizado por The Journal of Affective Disorders (2023) o The Lancet Psychiatry (2023) han puesto en números y palabras lo que desde antes describo: a medida que el agotamiento y el letargo de la rutina empeora, los empleados tienen más probabilidades de desarrollar síntomas depresivos difíciles de afrontar, ya que los picos de adrenalina que genera el sistema de recompensa/castigo en el ambiente laboral puede crear ciclos adictivos, donde el sufrimiento emocional se convierte en algo casi tan necesario como el dinero.

Contrario a la creencia de que a la gente le gusta cada vez menos trabajar, es muy común encontrarse con jóvenes llenos de sueños, desesperados por tan solo tener una mínima oportunidad para vincularse con alguna organización o empresa. Ese mismo entusiasmo que nos lleva a querer ser elegidos, también nos hace recaer en conductas corporativas malsanas donde la incapacidad (o imposibilidad) de poner límites y la falta de tiempo para invertir en practicar algún deporte, arte o hobbie nos lleva a quemarnos relativamente pronto.

Desarrollar un trayecto laboral, sea formal o informal (siendo el último incluso más complejo de ahondar), nunca será fácil, pero es más peligroso el tedio que la dificultad, el llegar hasta un punto donde todos los días sean iguales y que el desarrollo de habilidades que no estén dirigidas a la producción pasen a un segundo plano; donde la vida se limite a lo mismo: me levanto, doy click y prendo el computador. Me lavo la cara, dejo que pasen 8 horas y me sumerjo en un trancón en el auto.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

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