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Dice mi amigo que quizá somos como los dinosaurios que sobrevivieron y no se han dado cuenta de que el mundo cambió. Tal vez, le digo, y me quedo pensando. El cambio se me hace muy parecido a retroceder.
Me refiero a lo que ha venido pasando últimamente en diferentes lugares del mundo: un viraje hacia la derecha cada vez más radical, con ideas nacionalistas, xenófobas, homofóbicas, racistas, religiosas, y muy patriarcales.
¿Qué nos pasa?
Se me hace difícil pensar que haya tantos que quieran restringir derechos ganados —y con todo lo que nos falta— en temas fundamentales como el aborto, la eutanasia, la comunidad lgtbiq+, la libertad de las mujeres. Que quieran un mundo muy restringido, en el que controlen hasta los libros que leemos. Si las personas votan por estos candidatos, pues los apoyan en sus promesas.
Y entonces entramos justamente en uno de los círculos viciosos-poderosos. Leer es peligroso, la educación es peligrosa, y los poderosos lo saben. Milei, en Argentina, disolvió o fusionó los ministerios de Educación, de Cultura y de Mujeres. Dijo, resumiendo, que no se necesitaban.
La restricción de los derechos tiene que ver con que es más fácil controlar a los ciudadanos de esa manera, que si pueden decidir o criticar o pensar diferente.
Sin embargo, es más fácil decir, como he leído en muchos comentarios estos días en redes sociales, tanto en inglés como en español, que esas son ideas de la izquierda, del comunismo, de los resentidos izquierdosos y comunistas. Así se zanjan las discusiones últimamente.
La izquierda es el coco, y es un discurso que ha calado en varias partes. Y pues con toda la razón: lo que han hecho gobernantes como Maduro, que se venden como de izquierda, y que no lo son, o hace mucho tiempo que perdieron el rumbo, es que el miedo sea real. Supongo que al final son más poderosos los gobernantes de derecha, pues puede haber cientos de malos ejemplos, pero esos no tienen tanta publicidad.
Pasa, guardadas las proporciones, con Petro. Petro tiene que ser un buen presidente, y no puede dar papaya. Es la primera vez que, oficialmente, un gobernante de izquierda se monta al poder, y lo tiene que hacer increíblemente, que no se le suba el poder a la cabeza y el orgullo y termine, como termina muchas veces, peleando —y gobernando— en Twitter. Y no es que lo esté haciendo peor que otros, lo está haciendo igual de mal que los otros, pero los otros no tienen tan mala prensa. Esa es la diferencia. De los errores de Petro se pegarán los de la derecha colombiana para las próximas elecciones. Pudimos haber elegido a Rodolfo (nuestro ejemplo criollo), y no caímos esta vez. La próxima, no estoy tan segura.
Escuchando pódcasts y leyendo artículos, una de las explicaciones a este viraje colectivo tiene que ver con el cansancio de las personas con los gobernantes “de siempre”. Están cansadas de lo mismo. Y estos personajes llegan con sus gritos a hacer promesas que las interpelan, a decirles que ellos son distintos, miren cómo hablan, cómo se expresan. Y explotan las redes sociales. Son chistosos, francos, dicen lo que piensan —sin pensarlo, incluso—. Les prometen ser diferentes a los que están gobernando o solucionar problemas inmediatos. Es difícil votar por la continuidad si no te alcanza para mercar, así que votas por el que te prometa bajar la inflación —aunque esto no dependa necesariamente del presidente. La memoria, además, es cortoplacista.
Claro, muchos de los que vienen gobernando, por ejemplo en países como Colombia, han sido de derecha, y Petro ganó precisamente por gente cansada de esos de siempre. No ha hecho la diferencia, y es ahí donde se meten otros, “distintos”, con un discurso muy bien montado que habla de problemas reales y cotidianos, pero que están corriéndose cada vez más en el espectro. Se saben vender y esconden muy bien los intereses de autocracia, para lo que no se necesita ser de derecha o de izquierda.
Eso me parece increíble: que esos personajes hagan propuestas claras, las pronuncien públicamente, y sus seguidores las nieguen: no, no es así. O no será tan así. O no es conmigo.
Quizá también se debe a que nos faltan líderes que canalicen mejor lo que necesitan las personas, como sí lo han sabido hacer y leer esos nuevos libertarios.
Supongo que también tiene que ver con lo que leí hace días: al patriarcado no le interesa que le quiten la cómoda silla. Porque cómo y qué necesidad compartir el mundo con las mujeres más equitativamente. Y luego, otra vez supongo, todos los poderosos que hay detrás moviendo el mundo sin que nos demos cuenta.
Se me hace difícil de comprender que seamos tan egoístas y tan individualistas. Me pregunto si será también una consecuencia de este capitalismo salvaje de nuestras sociedades, en las que primero yo, como si yo no necesitara al resto. No dejo de pensar en una inmigrante que llegó hace 13 años a Estados Unidos y ya es legal, y que escuché decir en un pódcast, que no se podía recibir a más inmigrantes porque son peligrosos ¿?
La paradoja de ser un dinosaurio en este contexto no es resistirse al cambio, sino reconocer que ciertos cambios pueden ser retrocesos disfrazados de progreso —o de más cosas—. Como lo recalca la filósofa Martha Nussbaum (2023), la democracia requiere cultivar constantemente la empatía y el pensamiento crítico. Quizás la verdadera evolución está en resistir la tentación del individualismo y recordar que los derechos humanos son, precisamente, universales.
Otros escritos de este autora: https://noapto.co/monica-quintero/