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«Cada vez que oigo o leo un discurso político, me asusta el hecho de no encontrar en él nada que tenga un acento humano: siempre son las mismas palabras que van repitiendo las mismas mentiras. Y en el hecho de que los hombres se acomoden a ellas, de que la cólera del pueblo no haya roto todavía a los fantoches, veo la prueba de que los hombres no conceden importancia alguna a su gobierno, y de que realmente juegan, sí, juegan con toda una parte de su vida y de sus intereses, por así decirlo, vitales».
Albert Camus.
A mis 21 años viví por primera vez sola en otro país. Exploré mapas, recorrí caminos para conocer otros mundos y de paso conocí más de mí. Visité el Museo del Holocausto en Washington, de donde tengo uno de los recuerdos que me enseñaron sobre el dolor y la soledad, que me reafirmaron que sería siempre distinta en relación con eso, con el dolor y la soledad: me quedé horas viendo los videos en los que los sobrevivientes de los campos de concentración contaban sus historias, llorando mientras las demás personas salían, veían un par de imágenes, me miraban, salían. Yo no me podía mover.
Dijo Georges Didi-Huberman: “Yo creo que no hay que renunciar nunca a la emoción, incluso por ética. Quien renuncia a sus emociones las reprime. Y quien reprime sus emociones es siempre alguien muy peligroso”. Recuerdo sentirme fosforescente incontables veces desde mi niñez por sentir. Por conmoverme hasta los huesos con situaciones que aparentemente no tenían relación conmigo. Es un mundo plagado de emociones reprimidas e indiferencia. Un mundo peligroso. Por eso, para que haya una base que nos ayude a funcionar como humanidad, independientemente de nuestras disparidades, están las instituciones. Para intentar garantizar un mínimo cuidado, teniendo en cuenta la capacidad humana de mirar para otro lado, especialmente cuando lo propio va bien.
Hablando sobre los bulos populistas surgidos a raíz de la tragedia de Valencia, escribió Javier Salas que “Hannah Arendt ya nos advirtió de que la soledad es el mejor caldo de cultivo del totalitarismo. La desconfianza en el Estado, en la ciencia, en la prensa de calidad, en el prójimo, es lo que hace que se rompan las costuras del tejido social. Hay un batallón de soldados de la industria del odio coordinado y sembrando desconfianza sobre el barro valenciano. Solo nos queda defender esa confianza, porque el pueblo salva al pueblo: pagando entre todos el sueldo de médicas, enfermeros, bomberos, forenses y meteorólogos”.
No hay que equivocarse asumiendo mediocremente la existencia de una mano mágica de la bondad, ese todo estará bien mientras duermo y ya los demás se desenvolverán como puedan. Hay que decidir la clase de persona que se es y que, en gran medida, parte de la capacidad de conmoverse y de lo que se hace con ella. Lo dijo bien Luis García Montero: “Cuando uno se mira al espejo con atención, puede descubrir en el brillo de los ojos un verdugo o un defensor, un déspota o un enemigo de la esclavitud. Por eso hay que tener tanto cuidado con uno mismo, escoger bien los zapatos con los que vamos a bailar la música de las fiestas”.
Dice tanto del estado del mundo —de su ocaso— que un criminal misógino, racista, mentiroso, violento y desconocedor de la empatía vaya a ser por segunda vez presidente de ese país que es hoy ejemplo mundial de decadencia, de cómo puede retroceder una sociedad, destruirse a sí misma y, de paso, herir al mundo entero. Pobres las víctimas de las guerras en curso, los más vulnerables, los migrantes, pobre la libertad, pobres los bosques y los mares y este planeta que nos sigue dando vida a pesar de lo que hacemos. Hoy el espejo refleja los ojos de un verdugo colosal y muchos, los que sienten que les va bien y que eso es suficiente, miran para otro lado. Rompen el tejido social. Necesitamos estados fuertes por encima de los gobiernos de turno, con instituciones que fortalezcan la identidad y la cohesión de las sociedades por encima de razas, religiones o estatus económico. Es preciso alimentar la empatía y fortalecer organismos que nos recuerden que fuimos capaces de algo mejor, que alguna vez el espejo reflejó otra cosa. Debemos imaginar otro futuro, así sea en medio de esta oscuridad peligrosa llena de emociones reprimidas. Hay que resistir, seguir sintiendo en soledad. Porque a veces las soledades se dan la mano y su fosforescencia alumbra el camino.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/catalina-franco-r/