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¿A quién le sirven los gobiernos?
Últimamente me he estado haciendo esta pregunta: ¿quién es el verdadero amo del gobierno?, ¿quién es, en última instancia, el máximo gobernador? En términos generales, podríamos argumentar que es el pueblo. Teóricamente, los pueblos son quienes deciden sobre los gobiernos, desde los aspectos sociales hasta los económicos.
Sin embargo, es impactante la cantidad de gobiernos que han dejado de servir al pueblo para convertirse en sus propios amos o, peor aún, para someterse a sus propios ideales.
En política y economía, no es recomendable que el poder absoluto se concentre en pocas manos. Aunque en teoría un administrador benevolente debería, en términos matemáticos, administrar de manera óptima, igual que múltiples individuos perfectamente alineados con poderes distribuidos, en la vida real encontrar a ese ser perfectamente benévolo resulta prácticamente imposible.
Lo ocurrido en España en los últimos días, así como las múltiples situaciones que vivimos a diario en nuestro país y en el mundo, nos muestran que, en su mayoría, los gobiernos no sirven al bienestar del pueblo en su totalidad. Tampoco priorizan el beneficio colectivo de la mayoría de los habitantes sobre sus propios ideales o creencias; buscan, en cambio, el beneficio particular de quienes representan, de alguna manera, su plan de gobierno, sus ideas o a quienes son afines a sus argumentos.
Es doloroso saber esto, sobre todo cuando los recursos para apoyar y mejorar el bienestar de la población, tanto presente como futura, están en manos de los gobernantes, cuyas decisiones tienen un impacto directo sobre la sociedad.
La capacidad de presupuestar, invertir, generar apoyos económicos y enviar ayudas humanitarias son solo algunos ejemplos del alcance de un gobierno. Sin embargo, cuando estas acciones dejan de ser generales para beneficiar a quienes realmente lo necesitan y se convierten en una lucha de poder o en un claro ejemplo de favorecimiento hacia quienes están de acuerdo con el gobierno, deja de ser un gobierno del pueblo y para el pueblo, convirtiéndose en un gobierno para los suyos y únicamente para los suyos.
Según el Banco Mundial, entre 2009 y 2018, en América Latina y el Caribe, la confianza en las instituciones disminuyó significativamente, alcanzando valores cercanos al 20 %, y en algunos casos oscilando entre el 20 % y el 30 %. Esto es extremadamente bajo para gobiernos que promueven el bienestar social y que poseen en sus manos el poder de generar políticas económicas y sociales.
¿A dónde iremos a parar con gobernantes que anteponen su plan de gobierno al bienestar de su pueblo? No estoy diciendo que no deban invertir o cumplir lo que prometieron en sus campañas, pero sí que deben recordar que ya no son candidatos que representan un partido, una campaña o una visión; ahora son gobernantes que representan a todo un pueblo, un pueblo que, con el tiempo, ha dejado de confiar en ellos.
Cuando solo invierten, apoyan, piensan y generan políticas para quienes les agradan, están diciendo al resto del pueblo —a aquellos que no votaron por ellos o no se sienten representados— que su bienestar no les importa, que sus realidades tampoco, y que sus problemas siempre serán menos importantes que los de quienes votaron por ellos, aunque incluso estos últimos puedan llegar a ser olvidados también. ¿Tendremos gobiernos que presupuesten e inviertan pensando en el pueblo? ¿O estamos destinados a que sus decisiones solo beneficien sus intereses particulares? Tal vez el mundo esté al revés, pero siempre queda una decisión pendiente: implementar una política pública para todos y no solo para los selectos, en este caso realmente no debería aplicar la frase popular de que “lo malo de la rosca, es no estar en ella”.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/carolina-arrieta/