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Para escuchar leyendo: Como la cigarra, Mercedes Sosa.
Hay gente imprescindible, que va dejando enseñanzas aun sin proponérselo, que logra sacar reflexiones de vida de las cosas simples. Hay gente en la que uno confía porque dice lo que uno piensa, porque hace lo que uno sueña, porque piensa en lo que uno cree. Hay gente necesaria, hay gente buena y, por ende, urgente para un país, para una sociedad.
Hay gente que es brújula para la moral, para la conciencia; hay gente buena que es estandarte, que es confianza y fe. Iván Marulanda es uno de ellos.
Hay deudas que tiene un país. Hay deuda que nunca alcanzan a pagarse, hay deudas con territorios, con poblaciones, con gente en particular. A veces, incluso, los países tienen deudas con una sola persona. Colombia tiene una deuda de aquellas, con Iván Marulanda.
Son pocas las personas que han entendido a la Patria como un motivo de vida, como un sendero. De esas que entienden al servicio público en el más estricto sentido del nombre, como un servicio a la gente, a ese gran nosotros que constituye por azares a un país. Porque en esencia, cada acto desde lo público debe ser, primero, un acto de amor. Iván Marulanda así lo ha entendido, enterrando a sus amigos, arriesgando su vida, insistiendo en aquellos debates que muchos temen dar, pero siempre abrazando el optimismo terco de ver una Colombia donde se pueda sonreír más, y donde cada colombiano pueda morirse de viejo, ese optimismo que solo sabe surgir desde el amor.
Con Marulanda tenemos una deuda los colombianos. En reconocerle su gallardía, su decencia y su amor por la Patria. No haberlo elegido presidente, por ejemplo, es una deuda que tenemos, no con él, sino con nosotros mismos.
Deuda es también que no hayamos formado más políticos como él, más líderes como él. En Colombia cada vez son más pocos los estadistas decentes y más los populistas del espectáculo.
Marulanda representa las antiguas luchas de un país mejor, esas que señalaron con la fuerza de la decencia y sin miedo alguno a la corrupción y al terror criminal. En él sobreviven aquellos que debieron hacerse adultos en los tiempos en que ser diferente era condena, y que por su decencia no pudieron llegar a viejos. Sobreviven con él los sueños de la generación de Galán, de Lara, de Jaramillo Ossa, de Antequera; los que sabían que el nuevo milenio nos debía llegar en un país más amable, a los que la violencia nos arrebató por ello.
Los homenajes se hacen en vida, y en este humilde espacio quiero expresarle mi gratitud, y bregar a zanjar, al menos un poco, la deuda que Colombia tiene con él.
Hay sueños de país que deben ir adelante, siempre adelante, y no dar un paso atrás. Deben ir adelante, donde van las personas imprescindibles, las ideas imperecederas. Adelante, donde va caminando Iván.
Ánimo.
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