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“Tiene un hongo. Lo mejor será quitarla para que los otras no se contaminen”. Entonces, empieza el protocolo: guantes, alcohol, tijeras, bolsa de basura; hacer algo de fuerza y al mismo tiempo ser delicada en el gesto. Se siente cuando la raíz se desgarra.
Anhelaba tener un jardín vivo, lleno de matices, que de alguna manera hablara por mí. Al principio, con un tris de vanidad, confiaba en que cada planta contara lo bien cuidada que se sentía y lo bello que es vivir en este hogar.
Pero ellas no están ahí para dar testimonios de mis capacidades. Al contrario, las matas enseñan, sobre todo, de humildad y cooperación. Ellas tienen sus propios ritmos que no dependen de nadie más que de ellas y de la relación que establecen con su entorno. En ese universo yo solo soy otra variable.
Hay interacción, una cierta forma de comunicación. Cada una muestra signos, señales y yo, poco a poco, aprendo a interpretarlos y a obedecer. Reconozco la enfermedad sin cura; hago lo posible pero cada plaga evidencia su propio ímpetu, su misma decisión de vida.
En el balcón aprendo que la muerte también manda señales, aquí no llega de sopetón. La planta que agoniza le indica a uno las causas de la extinción y, entonces, solo queda aprender. Darse cuenta de que unas necesitan cantidades de agua que para otras son excesivas. Que la luz interactúa con cada una, la llama, la gira, la elonga. Que a veces, es mejor estar estrechas y contenidas; que no siempre el fresquito es bueno.
En el jardín el cuerpo se cansa. Se siente frustración. Pero, de repente, uno pone la mirada en la matera olvidada y ve que ahí, de manera maravillosa, la matica volvió a brotar. Que ahí va, con calma, silenciosa, sin aspavientos. No hay poses ni cumplimiento de expectativas. Se va siendo lo que se es.
Ahí, en ese pequeño laboratorio, aprendo que la vida y la muerte requieren pausa. Me impresiona que la naturaleza exprese su ritmo acompasado, sereno. No conoce de relojes, pero parece enseñarnos qué es, de verdad, el tiempo; qué es eso que acontece entre que nacemos y morimos:
“No toda la satisfacción de cuidar de las plantas tiene que ver con la creación. Lo bueno de ser destructiva en el jardín es que no solo es permisible, sino que es algo “necesario”; porque si no destruyes, te invaden”. Sue Stuart-Smith
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