¿Verdad que te engañé?

¿Verdad que te engañé?

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Laura Restrepo murió ayer. Una de las voces actuales más representativas de la literatura en Colombia se apagó. Como era de esperarse, el Gobierno, los medios de comunicación y miles de ciudadanos lamentaron su inesperada partida, recordando la huella que dejó la autora bogotana en las letras del país. Sin duda, un luto para la cultura. Ahora, curiosa y hasta humorística debió haber sido la reacción de Laura Restrepo al enterarse de que había muerto, aunque ella misma se sintiera viva.

Esta situación sucedió ayer, menos de una semana después de que miles de personas dieran por cierto un supuesto trino del Nobel de Economía, James A. Robinson, donde decía “Ratifico mi reconocimiento a las políticas del presidente Gustavo Petro, especialmente a su trabajo para mejorar el sistema burocrático y la economía colombiana”. Hasta el presidente reposteó el contenido, convirtiéndose nuevamente en una víctima de las fake news. Hoy la cuenta del profesor Robinson no existe, pero quedó claro que todo se trataba de un nuevo timo a la sociedad, como la falsa noticia de la muerte de Restrepo.

Detrás de estos hechos hay un asunto inquietante acerca de la facilidad con la que puede engañarse a las personas. Somos seres en apariencia indefensos con respecto al engaño. Ya mucho se ha escrito sobre los tiempos veloces en los que vivimos y cómo ello facilita que no nos tomemos el tiempo para pensar si lo que estamos leyendo, oyendo, viendo o contando no es más que una falacia. Por eso hoy quiero detenerme en un par de aspectos adicionales que denominaré ‘el amor por la percepción’ y la ‘aburridora verdad objetiva’.

Aldous Huxley, el escritor de ‘Un mundo feliz’ decía que “la realidad no es lo que importa, sino la percepción de la realidad”. Me gusta pensar que esa percepción a la que se refiere Huxley está condicionada por los sesgos. ¿Por qué un mandatario o una representante a la cámara son engañados con tanta facilidad por un trino que, a todas luces, se ve falso? pues porque una percepción, así sea falsa, puede ser más fácilmente aceptada que la realidad, en especial si avala los sesgos propios de quien interpreta. En ese sentido, si uno lee un trino de un premio Nobel que habla bien su gobierno, la respuesta intuitiva e irracional es compartirlo y sacar pecho. Pero lo único que logra es confirmarle al mundo que ha sido fácilmente engañado. No obstante, entendiendo que la percepción y los sesgos condicionan cómo vemos el mundo, es apenas natural entender que muchas personas que hayan leído esa información la seguirán creyendo, así el mismo Tomasso Debenedetti, autor intelectual de la suplantación, haya confirmado que se trataba de una cuenta falsa creada por él. La percepción y el sesgo son espejismos en el desierto de la realidad.

Lo anterior me lleva al segundo punto, que es la aburridora verdad objetiva. La verdad objetiva es verdad sin importar nada más. Usted puede opinar que la tierra es plana, pero la realidad le mostrará que está equivocado. El problema con este término se encuentra en la primera palabra: aburrida. En muchas ocasiones la verdad no genera emoción, no tiene ese gancho ficcional característico de las fake news.  “La falsedad vuela y la verdad viene cojeando tras ella.”, decía el escritor irlandés Jonathan Swift, autor de ‘Los viajes de Gulliver’. Algo similar propone el filósofo surcoreano de moda en Medellín, Byung-Chul Han, en su libro ‘Infocracia’. No sé cuántas personas seguirán pensando por días, meses o años que la escritora Laura Restrepo está muerta, aun cuando está viva. La verdad objetiva estuvo lejos de lograr el alcance que produjo la conmoción causada por un trino fraudulento y que fue recogido por decenas de miles de personas.

Ante la abundante información y desinformación a la que nos vemos enfrentados todos los días, hoy es tan importante el contenido como quien lo escribe, por lo que no deberíamos prestarle atención únicamente a lo primero, sino también a lo segundo. De esta manera, mejoraríamos, al menos un poco, en nuestra vasta propensión a ser engañados, pues como célebremente lo dijo Mark Twain “es más fácil engañar a una persona que convencerla de que ha sido engañada”.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/

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