Ciudad de la eterna indiferencia

Ciudad de la eterna indiferencia

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Medellín sigue mirando para otra parte cuando se trata de la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes (ESCNNA), al menos en general. Por ahora, las pequeñas victorias se suman gracias a la presión de algunos grupos ciudadanos que deciden denunciar y tomar acciones contundentes al respecto.

Está el caso de los copropietarios de una unidad residencial en Ciudad del Río, que prohibió los arrendamientos menores a seis meses después de que los turistas estuvieran llevando a menores de edad a los apartamentos. Las denuncias se venían presentando hace meses, pero hasta el momento no se habían tomado medidas claras.

Otra victoria es la condena a Thómas Renno, depravado de 72 años que venía a Medellín a explotar sexualmente a menores de edad. El delincuente recibió 30 años de prisión, la pena más alta que se ha impuesto hasta ahora en el país a un extranjero por este delito. El Colombiano reportó que ubicaba a sus víctimas a través de comunidades virtuales, y que lo llevaban investigando más de seis años, después de una alerta realizada por las autoridades de su país, Estados Unidos.

Ingresó al país siete veces, entre 2017 y 2018, a través del aeropuerto José María Córdova de Rionegro, lo que nos recuerda que la denuncia ciudadana debe ser tenida en cuenta e, incluso, anticipada, por las autoridades. No es el primer caso en el que un tipo de estos entra como si nada al país. ¿Cómo es posible que a un tipo en sus sesenta o setenta, que viene solo, no lo consideren sospechoso si viene tantas veces al año? No podrán detenerlo, dirán algunos, pero por lo menos sí negarle la entrada por sospecha, como hacen con los colombianos en el exterior. Si afuera se nos exige llevar tanta documentación y pruebas de nuestro viaje, ¿por qué ellos entran aquí como Pedro por su casa, más aún si cuentan con perfiles de riesgo?

A Renno por lo menos lo capturaron, pero una sola condena, o unas cuantas, se quedan cortas en enfrentar una problemática llena de subregistros, negligencia y hasta alcahuetería por parte de las autoridades y de la ciudadanía. Casos como el de Timothy Livingston, que la Policía encontró junto a dos menores, rodeado de evidencias que después desaparecieron, son más de uno, sólo que ese dio con el golpe de volverse mediático.

La respuesta triste y evidente es que, la mayoría de las veces, las autoridades son cómplices, ya sea por su participación directa o por su negligencia. Pero exigirles más a las autoridades también implica exigirnos más a nosotros mismos como sociedad: no ir a los restaurantes, bares o discotecas que permitan entrar a menores de edad a altas horas de la noche o en situaciones evidentes de explotación, grabarlos, denunciarlos formalmente y en redes sociales y crear barreras para impedir que esto siga ocurriendo; denunciar también a hoteles o urbanizaciones de Airbnb que permitan el ingreso de este tipo de turistas criminales. Mientras sigamos yendo a Provenza, el Lleras o la 10 como si nada, viendo cómo todo ocurre ante nuestros ojos mientras decimos “qué pesar”, nada va a cambiar en nuestra ciudad. Incluso, hay focos que son también terribles y que no tienen visibilidad mediática, como Prado y el Bronx, donde la presencia de las autoridades es aún menor y las condiciones también son deplorables.

Mientras, instituciones como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) se ahogan en la ineficiencia burocrática, la negligencia y el pago de nómina a funcionarios mediocres que ven a los niños, niñas y adolescentes como un número más. Los pocos funcionarios que se toman en serio su responsabilidad probablemente están desbordados de trabajo y no cuentan con los medios que debería tener una entidad que, se supone, vela por los derechos de quienes más deberían ser protegidos según la Constitución. Aunque el ICBF ya será para dedicarle una o varias columnas más. Entretanto, sí, los tipos estos vienen a hacer lo que se les da la gana a nuestra ciudad. Pero si eso ocurre es porque desde la sociedad y las instituciones lo estamos permitiendo a través de la eterna indiferencia y el silencio cómplice.


Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mejia/

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