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Hoy, 28 de octubre de 2024, se cumplen tres meses del fraude electoral en las elecciones presidenciales de Venezuela. Doce semanas en las que ni el dictador Maduro ni el CNE chavista han presentado las actas que validen su supuesta victoria. Noventa días en los que la dictadura ha vivido sus peores horas en los 25 años en el poder. El triunfo incontrovertible de Edmundo González Urrutia ha dejado en evidencia el flanco débil y vulnerable del régimen, que ha respondido con una salvaje represión y violación de derechos humanos sin parangón. Asesinatos selectivos, torturas, secuestros, desapariciones, exilio forzado del presidente electo y clandestinidad forzada a la líder opositora son solo algunos de los hechos que marcan estos días oscuros. La dictadura cierra filas con los más sanguinarios adalides, pero su desmoronamiento es evidente.

La deriva violenta y represiva de Venezuela ha generado el repudio de la mayoría de la comunidad internacional, que hoy desconoce el resultado que perpetúa a Maduro en Miraflores. Ningún país del mundo libre, ninguna democracia, ha reconocido ese pírrico resultado anunciado esa noche de finales de julio por el rector Elvis Amoroso. México, Brasil y Colombia intentaron mantener un backchannel con la dictadura para buscar una transición ordenada, pero de ese esfuerzo inicial poco queda. El pusilánime López Obrador abandonó cualquier intento tras las primeras semanas; su obcecación ideológica y su relación con el sátrapa pesaron más que la dignidad democrática. Lula y Petro, por su parte, continuaron infructuosamente intentando tender puentes. Sin embargo, para Maduro, Cabello y compañía, el costo de entregar el poder sigue siendo mayor que el de aferrarse a él. Recaen sobre ellos órdenes de captura internacionales y procesos judiciales por violaciones de derechos humanos y delitos de terrorismo de Estado.

Esta semana, sin embargo, la dictadura sufrió un golpe que, en medio de la escasez de información y buenas noticias, parece dar aliento a la moribunda resistencia democrática en Venezuela y en el mundo. En la ciudad de Kazán, Rusia, se celebraba la cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), a la que asistió Maduro con la esperanza de ser recibido como nuevo miembro de este foro de países emergentes y reclamar así una bocanada de aire y reconocimiento que le urge en estos momentos críticos. Para ello, desplegó una enorme comitiva de funcionarios encabezados por su esposa Cilia Flores, la vicepresidenta Delcy Rodríguez y el canciller Yván Gil. Maduro esperaba ser recibido como un héroe, pero desde el principio enfrentó la evidente incomodidad que ocasionaba su presencia. Más allá de un escueto intercambio de saludos con Putin y otros líderes, su papel fue meramente secundario. La mayor decepción llegó cuando se le negó la inclusión como miembro del grupo de países con economías emergentes. Incluso ante sus viejos “amigos”, Maduro quedó como un paria internacional, alguien con quien mantener relaciones cercanas resulta costoso.

Curiosamente, la negativa de su aceptación se debió al veto impuesto por uno de los miembros fundadores (que goza de ese derecho), quien en el pasado fue un aliado regional de Chávez y Maduro. Sí, el veto provino de Brasil. El canciller Mauro Vieira, en ausencia del presidente Lula, negó la entrada de Venezuela. Dura cachetada para el dictador, que lejos de encontrar regocijo y aprobación en ese grupo de países, regresó a Caracas con las manos vacías y un nuevo enemigo en la región. Al ser consultado Celso Amorim, excanciller y asesor de política internacional de Lula, sobre el motivo del veto, respondió: “La confianza se ha roto”. La paciencia de Brasil con el dictador llegó a su límite. Maduro no mostró las actas ni voluntad de diálogo, y Lula respondió retirando cualquier apoyo internacional, aislando aún más a la tiranía.

La estructura de poder, ya debilitada internamente por las disputas entre clanes, los movimientos en la cúpula militar y la casi absoluta pérdida de apoyo popular, recibe ahora un nuevo golpe externo con la ruptura con Brasil. Con esto, la dictadura se queda prácticamente sola. Falta ver qué hará el presidente Petro, quien sigue sin mostrar su repudio, esperando ejercer como amigable componedor. Solo una presión internacional asfixiante y consistente puede mantener la esperanza de que, de aquí al 10 de enero, fecha en que debería asumir Edmundo González Urrutia, algo pueda cambiar. Veremos…

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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