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Los habitantes de Medellín sienten un profundo orgullo por su ciudad. La encuesta de cultura ciudadana que se realiza cada dos años muestra casi siempre que más del 90% de las personas se sienten orgullosas de la ciudad. En los discursos también es posible identificar esta satisfacción con Medellín. Se habla mucho de la belleza de sus calles y sus montañas, de la calidez de su gente, de su facilidad para emprender grandes proyectos, de su espíritu de trabajo.
Esta sensación de vivir en una de las mejores ciudades del mundo tiene dos caras, dos manifestaciones prácticas en el modo en como nos comportamos. De un lado genera soberbia y chauvinismo, como si esta ciudad fuera, realmente, la ciudad soñada, y la gente que vive en ella, de lo mejor de su especie. Decía José Martí: “cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea”. Los paisas somos en cierto sentido aldeanos vanidosos, que sobreestimamos nuestras virtudes. Al creernos tanto el centro del mundo, a menudo nos cuesta aceptar la diferencia, asumir la diversidad de pensamiento.
No acogemos con facilidad aquel que viene de otra parte, con ideas contrarias a lo que podría ser una especie de ethos paisa. Vivir entre montañas tiene un efecto de encierro, de dificultad para la apertura. Esto se agudiza cuando consideramos que son esas montañas las más hermosas de la tierra. El orgullo en este sentido es límite para asumir la diversidad de pensamiento en una ciudad que cada vez más se vuelve receptora de distintos modos de ser. Hoy somos de las ciudades latinoamericanas que más recibe nómadas digitales, y por años fuimos una ciudad receptora de personas de todo el país.
El orgullo paisa también es posibilidad. El sentido de pertenencia, el amor cívico, es el ingrediente principal de la cultura ciudadana. Es mucho más fácil promover normas de cumplimiento en una ciudadanía que siente amor y orgullo por el territorio en el que vive. Las personas de Medellín están más dispuestas a adoptar comportamientos cívicos por el hecho de sentir orgullo por la ciudad. Ese amor por Medellín hace más difícil la aparición de comportamientos incumplidores. Si una persona quiere a su ciudad va a ser menos probable que, por ejemplo, tire una basura al piso, o dañe algún bien público. El orgullo que se siente por el Metro, por mencionar el caso más icónico, explica gran parte de los comportamientos de sus usuarios.
Las estrategias de cultura ciudadana en Medellín apelan a esta condición de posibilidad del orgullo paisa. Reproducir el amor cívico que existe en la ciudad es una buena acción pública. La base de los comportamientos cumplidores que nos permiten vivir bien juntos se encuentra en el sentido de pertenencia, en el amor cívico. El amor por Medellín se convierte en comportamientos cotidianos que permiten una sociabilidad más o menos armoniosa.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/