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“«La verdad ya importa poco», dice Rufián. Pero, si la verdad ya importa poco, la libertad ya importa poco. Y, si la libertad ya importa poco, nos encaminamos hacia un lugar sucio, oscuro e insalubre, donde no apetece nada vivir.” Javier Cercas.
Hace ya un tiempo me pasa que veo imágenes de escenas de animales o paisajes impecables y me pregunto inmediatamente si serán reales. Y pienso si en los años que me quedan deberé preguntarme lo mismo cada vez que vea algo que parezca extraordinario. En una columna Karelia Vásquez contó cómo un “buscador respondía a la pregunta de cuántas piedras debíamos comer cada día, recomendando al menos una diaria de tamaño pequeño para mejorar la salud digestiva y aportar minerales como el calcio y el magnesio. El descubrimiento lo adjudicaba a un equipo de geólogos de la Universidad de Berkeley». Tengo cerca personas que le preguntan a Chat GPT sobre sus dolencias de salud y reciben las respuestas como si fueran las de un médico que los hubiera evaluado. Vemos ciudadanos repetir como autómatas los bulos descabellados que les cuentan enardecidos, frecuentemente en videos falsos, los candidatos que les confirman la versión del presente y el futuro en la que prefieren creer.
Un editorial de El País se refirió a la advertencia de la Unesco sobre el peligro de que los programas de inteligencia artificial que utilizan 80% de los jóvenes estén difundiendo y hasta inventando hechos históricos equivocados sobre el Holocausto, utilizando bases de datos desconocidas (incluso algunas de contenidos antisemitas) para entrenarse. Así como una persona que no sabe de medicina consulta y procede a automedicarse, millones de jóvenes —y no tan jóvenes— se educan y forman su pensamiento a partir de respuestas fabricadas por programas que pueden hacer afirmaciones falsas graves. Y a partir de eso opinan, juzgan, votan.
Sobre ello escribió Marta Peirano: «En su último Informe de Riesgos Globales, el Foro Económico Mundial concluyó que la desinformación era la mayor amenaza para los próximos dos años, por encima de la guerra, la migración y la crisis climática. Dos mil millones de personas acuden a las urnas en el año de los mensajes automatizados con voces clonadas, vídeos de discursos que nunca existieron, pornografía sintética no consentida e informativos realistas generados por inteligencia artificial». Lo gravísimo es que a partir de esos votos desinformados se eligen líderes que favorecen la guerra, demonizan la migración y ponen en cuestión la inminencia del cambio climático. Y así nos va.
Yo soy periodista, busco fuentes creíbles, corroboro lo que percibo sospechoso, me pregunto incluso por la veracidad de esas imágenes aparentemente perfectas y, muchas veces, no tengo cómo saber si son reales. Imagínense las personas mayores que se esfuerzan por adoptar la tecnología y adaptarse a nuevas circunstancias, y que quieren seguir comprendiendo la realidad, pensando, opinando, votando. Imagínense los niños y jóvenes en plena formación, construyendo lo que será su futuro y el del mundo.
El documental de Al Jazeera sobre Gaza muestra videos que publican en TikTok jóvenes israelíes burlones disfrazados de su percepción de los palestinos: se oscurecen la piel, se pintan dientes negros simulando muecos, se visten con trapos, se tiran salsa de tomate en la cara y cargan bultos de ropa como si fueran bebés, que después lanzan al aire para decirle al mundo que todo, la sangre, los niños muertos y destrozados y el dolor de los palestinos no es real. Eso mientras la ONU afirma que en Gaza “el olor a muerte está por todas partes, los cuerpos yacen tirados por las calles”. Desde el poder de un estado que se ha convertido en terrorista les han fabricado un mensaje que ellos dramatizan y vuelven viral, en una narrativa escalofriante que se parte de risa de una de las peores masacres de la historia. Y millones de personas creen.
Hace poco en el aeropuerto de Estambul, tras perder una conexión de un vuelo de doce horas, intenté infructuosamente que Turkish Airlines (aerolínea que les recomiendo evitar) nos ayudara. Yo planteaba opciones y ellos no veían ninguna. Me decía una mujer, como un robot: “me pides que rompa las reglas”. Y yo le decía: eres una persona, no una máquina, las reglas son palabras sobre un papel que deben interpretar los seres humanos de acuerdo con las situaciones para buscar el bienestar de todos. No somos robots, es urgente que no lo seamos. Pero no hubo manera.
Cómo sabremos qué es verdad. A quién creerle. En un mundo lleno de avivatos listos para manipular, gente dispuesta a partirse de risa ante bebés aplastados y gente con pereza de pensar, cómo identificaremos lo humano, la buena voluntad, la verdad, el camino, la belleza.
Me pregunto qué serán las reglas si desaparece lo humano. Qué soledad.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/catalina-franco-r/