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2023, aeropuerto de miami, filas interminables y maletas imposibles de cargar, medias de compresión y analgésicos. No soy una víctima aeroportuaria, no me puedo quejar de tener la oportunidad de conocer lugares diferentes del mundo, y aunque el cansancio de recorrer pasillos interminables y de cargar cosas pesadas es normal, admito que todo aquello me cuesta el triple.

Nunca se me atravesó por la mente el pasar por la fila de discapacitados. Ni en un supermercado, ni en el médico, mucho menos en el aeropuerto. Yo, que llevo enferma toda la vida y que de por sí las tareas cotidianas me cuestan el doble, o el triple, nunca me consideré discapacitada. No me representaba aquel dibujo de la silla de ruedas, e incluso cuando mi cuerpo se negaba a responder, eso no me decía mucho. Fue en el aeropuerto de miami la primera vez que me di cuenta de que tal vez, solo tal vez, sí lo era.

Me lo explicaron, un girasol enorme y un fondo verde, un color demasiado específico como para pasar desapercibido. “¿Tienes una discapacidad invisible? Escanea el QR para más información” y eso hice. Lo escaneé y me vi, vi mi diagnostico varias veces y la incógnita se empezó a repetir mientras llenaba un formulario.

Una mujer me acompañó y me entregó un carné junto con un collar que repetía el patrón floral. Mientras los funcionarios del aeropuerto me veían, las puertas a un trámite mucho menos traumático se abrieron. ¿Por qué nunca antes había visto esto? Al parecer hacía (y hago) parte de un grupo del que no tenía conocimiento, pero que en cuestión de segundos me llenó de facilidades, de derechos.

Un grupo sin rostro pero con representación, uno al que pertenecemos millones de personas sin sillas de ruedas, sin señales evidentes de que algo no anda del todo bien con el funcionamiento de nuestro cuerpo, pero que no obstante, también necesitamos el mismo apoyo por parte del Estado.

Según la Invisible Disabilities Association de EE. UU., 26 millones de norteamericanos (casi 1 de cada 10) tienen una discapacidad severa. De aquellos, solo 1,8 millones utilizan una silla de ruedas; esto significa que el 74% de los norteamericanos que viven con una discapacidad, pasan desapercibidos«a simple vista». Ahora estoy en Medellín, no en miami, y si me ven a mi o a alguien más esperando su turno en la fila de discapacitados ahórrense unos segundos antes del juicio de valor. No asuman que, por ejemplo, es mala educación. Entiendan que mientras en Colombia las discapacidades invisibles se vuelven un poco más visibles, somos miles de ciudadanos los que nos camuflamos entre la multitud con una realidad un poco menos llevadera, con unos días que definitivamente serían mejores si nos permiten hacer parte de la línea más corta.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

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