La polarización: el mal nuestro de cada día

La polarización: el mal nuestro de cada día

Escuchar artículo

Bueno, como sociedad, realmente tenemos bastantes males, cotidianos y recurrentes. Los de más fondo son, sin duda, la exclusión y las desigualdades, tanto económicas como simbólicas, y la corrupción. Pero el que más nos corroe como sociedad, incluso como personas en nuestras relaciones cotidianas, es la polarización: el mal nuestro de cada día.

En una columna publicada en este mismo medio en diciembre del año pasado, titulada La polarización es peor que la corrupción, abordé el tema y ahora siento que debo volver sobre el mismo: es mi cantaleta de cada día. No sin antes aclarar que, en su momento, el título era, como lo dije, una provocación, porque, sin duda, la inequidad y la corrupción son males mayores.

La polarización, sin embargo, es tal vez el más urgente de atender, por sus devastadores efectos cotidianos, entre ellos: a) nos distrae de temas esenciales y estructurales como la exclusión y la desigualdad; b) es una cortina de humo para la corrupción, porque todos los corruptos se declaran perseguidos; c) genera desconfianza en las instituciones, ya que el ciudadano de a pie no sabe ni a quién ni en qué creer, o cree lo que no es y a quien no es; d) le cierra las puertas a liderazgos moderados, que los necesitamos para bajar tensiones y atender a lo esencial; y e) perdemos los mínimos grados de objetividad que debe tener la política para discutir y solucionar los temas fundamentales de una sociedad.

Estamos como el paciente que tiene un cáncer tratable, pero a punto de convertirse en terminal y se niega a hablar del tema o a aceptar que padece la enfermedad. Es más grave el cáncer, por supuesto, pero es más urgente lograr que el paciente admita su situación de salud y permita tratarlo, o, si es del caso, que por lo menos acepte lo que tiene aun si decide que no se va tratar. A nosotros nos urgen bajarle el tono a la polarización, para escuchar, hablar, discutir y solucionar los problemas de fondo que tenemos. Tantas veces, no podemos olvidarlo, la forma se consume el fondo.

Vemos, por ejemplo, a un alcalde de Medellín que no ha empezado a gobernar, porque no está ubicado ni el tiempo ni el espacio: no para de hablar de Daniel Quintero, su antecesor, ni de Petro, al tiempo que soslaya los grandes problemas de la ciudad. Solapado experto en la polarización, se presenta como de centro y amigable componedor, cuando no pierde oportunidad para comportarse como un pirómano mediático y de redes.

Quintero, un descarado sinvergüenza, es también feliz atizando el fuego. La diferencia es que éste está acertadamente codificado en la ciudad como el bribón que es, mientras “Fico” fue elegido como salvador. ¡Valiente mesías! Tan patético como Petro, que no pierde ocasión para posar de mártir de la oligarquía colombiana. Qué abundancia de escasez de líderes moderados como los que exige el momento del país.

Ahora bien, estos son tal vez las figuras más visibles para los antioqueños en el plano local y nacional, pero hay otras, entre ellas, María Fernanda Cabal, Carolina Corcho, Claudia López y, ahora, la incendiaria seudoperiodista Vicky Dávila, que da más cuenta aún de la degradación de nuestra política, sumida en una sociedad de escándalos y noticias falsas.

Y eso para hablar de figuras públicas. Más lamentable es los ciudadanos del común, que en estudios y encuestas aparecen como una mayoritariamente de “centro”, más allá de lo que esto signifique, y dicen estar hartos de la polarización, también la promueven en su diario vivir, convivir y discutir. Estigmatizan, satanizan y criminalizan a quienes piensen diferente a ellos, así no pertenezcan a la oposición, y les aplican, explícita o implícitamente, la fórmula reduccionista, de “el que no está conmigo, está contra mí”. De manera que ya con tanto (pre) candidato en el partidor, empecemos a mostrar desde ahora que pertenecemos a esa media Colombia que se identifica con el centro y está hastiada de la polarización paralizante, visceral y radical. Si no queremos otros cuatro, ocho o veinte años de una más extrema, de más incertidumbre y mayor desconfianza en nuestras instituciones, las personas, las organizaciones y la sociedad en general, no le hagamos el juego a lo polarizadores, Apoyemos a candidatos con criterio y carácter, pero polarizadores no…, aunque son la mayoría.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

Califica esta columna

Compartir

Te podría interesar