Escuchar artículo
|
Para escuchar leyendo: La Montaña, Edson Velandia.
Corresponde iniciar con una aclaración. Alguna vez compartí en otro espacio la anécdota que a continuación narraré, pero se me hace necesario volver a traer a la memoria (sobre todo a la mía), una antigua lección que atesoro y que vuelve a estar ligada a nuestros días.
Hace muchos años, cuando a mi bisabuelo Pedro lo nombraron jefe de machineros de la Frontino Gold Mines y empezó a recibir el salario y los beneficios de su nuevo cargo, viajó hasta Medellín para conseguir lo necesario para dotar su casa de energía, haciendo de su hogar uno de los primeros con luz del nordeste antioqueño. Cuando mi abuela le preguntó a su papá el porqué de esa decisión, él le contestó con una frase sencilla, pero de antología: para leer en la noche.
Leer en la noche, buscar un lugarcito entre la oscuridad donde la luz, aunque sea pequeña, ilumine la imaginación, los sueños y el deseo de futuro. La oscuridad -física y metafórica- es siempre totalidad y en ocasiones angustia. Cuando no sabés para donde caminar, cuando todo lo de tu entorno es una potencial fuente de dolor, cuando cualquier posibilidad -para bien y para mal- puede ser cierta, avanzar hacia cualquier rumbo es, a la vez, peligro y oportunidad.
Cada tanto vuelvo a mi bisabuelo y me pregunto qué haría él ante alguna situación que enfrento. Y cómo no, también lo imagino ante esta Colombia de los desacuerdos. A él, que tuvo que enseñarles a sus hijos cómo escapar por entre las lomas segovianas para evitar morir en el enfrentamiento de liberales y conservadores; a él vuelvo para tratar de esclarecer un poco el futuro.
Carajo, es que más de sesenta años después de esa historia, todavía tenemos que enseñarles a los niños a escaparle a la violencia, cada día sentimos que tocamos un nuevo fondo de la desventura. Vivimos con demasiada ligereza las amenazas institucionales y pensamos que un golpe de Estado o una dictadura a lo Cuba es cualquier cosa que se meta con nuestras creencias. Ni hablar de la violencia, que ya es más que un ruido blanco, un simple paisaje (¿No les parece dolorosa nuestra capacidad de almorzar o cenar contando muertes y violencias en nuestros noticieros?).
Oscuridad de futuro, porque, parafraseando a Victor Heredia, ya no sabemos qué hacer ni tenemos con quién. Vuelvo a don Pedro y me pregunto por qué Colombia vuelve a estar frente a la oscuridad.
A la Patria, a lo que sea que entendamos por Patria -que yo entiendo como sinónimo de un gran nosotros- bien podemos cuidarla en cada flor, como cantaba Walsh. La Patria, como cualquier idea, es una construcción basada en un mero acto de fe, pero si sirve para no matarnos, para mejorarnos la vida, para sonreírnos unos a otros, yo elijo abrazar esa fe y echar para delante.
Hoy, les confieso, ese abrazo me cuesta más que en otros momentos, pero la terquedad debe servir también para insistir en alguna esperanza. Ojalá tenga razón, y pueda contarle a don Pedro historias más bonitas de la Colombia del futuro inmediato. Ojalá de aquí al 26 logremos encender una lucecita, para que Colombia pueda leer en la noche.
¡Ánimo!
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/