Sobre la muerte de un perro

Sobre la muerte de un perro

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Tonny cruzó la carretera agitando la cola y mirando hacia al frente. Su motivación estaba junto a la avenida, un restaurante de comida llanera. Los comensales se encariñaban rápidamente con su aspecto de mota de algodón envejecido. Sus orejas se mantenían erguidas, alertas ante el mínimo llamado. Corría con tanta energía que en repetidas ocasiones estuvo a punto de tumbar una mesa y ser expulsado.

La rutina era la misma: cruzar los cuatro carriles que lo separaban de la acera que tenía por casa, ser maltratado por quienes lo adoptaron ante el reclamo de afecto, ver la luz del día y ladrar para que don Guillermo le diera las sobras de su restaurante. Luego, una pausa para la siesta y a medio día se disponía a hacer piruetas en el suelo mostrando su panza despejada.  Si no era suficiente dicha técnica para que los visitantes le dieran una papa o un trozo de carne, apelaba a la más baja de sus estrategias, la mirada de perro triste.

Con el estómago lleno, Tonny se echaba afuera del restaurante con la mirada fija en la montaña. Pasaba un buen rato solo observando, si no fuese un perro, algunos estudiosos dirían que está contemplando la trágica imagen que devela la explotación de minerales de la que es victima las montañas de Cundinamarca.

Poca luz quedaba en el cielo, el sol al igual que el restaurante estaba terminando su servicio. El protagonista de esta historia procedió a estirarse como quien se prepara para afrontar una prueba de obstáculos. Convencido de volver a su posición original, que dicho sea de paso, nunca abandonó, aún después que su supuesto cuidador de forma deliberada le vertiera agua caliente acusándolo de ladrar en la noche y hacer mucha bulla. Se podría argumentar que algo más grande que el dolor lo sujetaba a la única familia que conocía.

Luego de esperar varios minutos humanos, sus cuatro patas coordinaron la marcha, primero se movieron las de adelante, luego las de atrás, parecía que el asunto iba bien. Logró sin mayor problema cruzar los dos primeros carriles sentido norte. No obstante, la cola que hace unas horas no dejaba de moverse elevada y elegante, a duras penas se veía entre sus patas. Cada vez que un camión o bus intermunicipal cruzaba por aquella vía podía alcanzar una velocidad de 80 km/h, la mota de algodón se hacía diminuta.

Estaba pronto a lograr su objetivo diario, dos carriles en sentido sur se interponían de lo que consideraba como normalidad. En la mitad de la vía, sobre un separador natural, una cabeza canina se asomaba, sin embargo, el tamaño de la maleza y el color verde mezclado con el polvorín rojo que dejaban las volquetas al pasar, invisibilizaban la pequeña vida cubierta de pelos.

No esperó más, después de una breve exploración, se lanzó a correr como de costumbre mirando al frente. Una luz roja se aproximó con la velocidad de un animal salvaje. Tonny intentó frenar, pero la física y los perros no son compatibles. Se escuchó un sonido de dolor que solo 36 toneladas de acero podrían provocar. Segundos después, la horda con placa blanca se perdió en el horizonte, dejando en el pavimento evidencia irrefutable de su barbarie.

Vehículos de todos los tamaños pasaron por el lado de Tonny y ninguno se detuvo a ver cómo estaba. Los habitantes de este lado de la vía ignoraron el evento. Ante tal indiferencia, don Guillermo se apresuró a ponerle el candado a la puerta del restaurante, cruzó los dos carriles sentido norte sin mayor problema, se detuvo en medio de la vía en el separador natural y traspasando la maleza cubierta con polvorín rojo de tres pasos estuvo del otro lado. Tomó a Tonny en sus manos y no pudo contener el llanto.

Hoy pienso en los Tonny que se enfrentan a la crueldad humana moviendo la cola y del silencio que se tendrá ante la muerte de un perro. *No existe una cifra actualizada de muertes de animales en la vía por atropellamiento, según cifras de la Agencia Nacional de Infraestructura Vial, en el año 2022 al menos unos 300 mil animales de la fauna silvestre y doméstica murieron en las vías del país, por consecuencia de la alta velocidad con la que transitan los conductores. Tan solo en Bogotá más de 80 perros fueron atropellados durante el primer semestre de 2024. En el caso de Antioquia, todos los días mueren 11 animales arrollados en las vías.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-carlos-ramirez/

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