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La historia económica de Argentina en los últimos tiempos ha sido una de constante agitación e inestabilidad. Se ha vuelto cotidiano escuchar sobre el default, la hiperinflación, la pérdida de valor del peso y el alza constante de la pobreza. A principios del siglo XX, Argentina llegó a posicionarse como uno de los países más ricos del mundo, pero la que otrora fuera la nación más próspera del continente es hoy, junto con Venezuela, una de las más golpeadas en términos económicos.
El problema no comenzó con los Kirchner, Macri o Alberto Fernández; de hecho, es consecuencia de una serie de gobiernos, todos con manejos fiscales irresponsables, crisis financieras -como la del «Corralito»- o los continuos impagos de la deuda con el Fondo Monetario Internacional. Los gobiernos han utilizado, como mecanismos de contención de la pobreza creciente y la falta de liquidez, la emisión de moneda, altos subsidios o pedidos de auxilio altísimos a organismos multilaterales. En un ambiente de creciente incertidumbre, la fuga de capitales y la escasa inversión extranjera (castigada, entre otros factores, por un severo régimen impositivo) solo han agravado la crisis. Para coronar el enrevesado panorama argentino, la confianza ciudadana está minada por la rampante corrupción de los políticos.
En ese contexto caótico, las ideas de apertura económica, rigor fiscal, reducción del gasto público y el perfil outsider de Javier Milei resultaron ganadores en las urnas, en un mensaje contundente de castigo a los responsables del naufragio económico. En su discurso de posesión, el presidente alertó a la nación: “No hay alternativa al shock, naturalmente eso impactará de modo negativo sobre el nivel de actividad, el empleo, los salarios y la pobreza”. Como un médico ante un paciente arrítmico y moribundo, Milei aplicó sus políticas drásticas, induciendo un shock a la economía argentina.
Los últimos datos macroeconómicos advierten una caída del 3,5% en la actividad económica y un nivel de pobreza superior al 50%, lo que parece haber provocado el regocijo de sus más fieros detractores, que no han tardado en catalogar esto como el fracaso de un populista. Esto parece tener una explicación: el desmonte paulatino del Estado y el asistencialismo por parte de Milei. En un país donde miles dependen del empleo, los subsidios o la contratación estatal, muchos han quedado desempleados, lo que ha provocado una caída en el consumo, reflejada en la contracción de la economía y el aumento de la pobreza. Aunque estos datos son dramáticos, el manejo económico del gobierno sigue el rumbo correcto y, de continuar así, mostrará claros signos de mejoría, como los que ya se han visto en el poco menos de un año de Milei en la Casa Rosada.
Por ejemplo, la inflación mensual promedio, que al asumir Milei rondaba el 25%, ha logrado reducirse al 4% actual. También se ha alcanzado, poco a poco, un superávit fiscal, algo que no se veía en más de trece años. Además, el banco central ha incrementado sus reservas de manera considerable en el primer semestre de este año. Es cierto que a Milei se le puede criticar su histrionismo, su conducción pendenciera de las relaciones internacionales y el tono elevado de su discurso, pero poco o nada se puede reprochar de su manejo macroeconómico. Recibió un país en ruinas y saqueado, y en poco tiempo ha logrado edificar los cimientos de lo que podría ser un milagro económico. Lejos de ser un fracaso, como algunos insisten en argumentar, la gestión de Milei es un éxito, y así lo confirman los niveles de respaldo que mantiene su gobierno en los sondeos de opinión. Ya veremos qué sucede, pero por el momento las predicciones se cumplen y la receta parece estar dando los resultados trazados.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/