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Hace un par de años las personas públicas eran pocas: políticos, cantantes, futbolistas, aquellas personas que llamamos famosos. La gran mayoría de la población no estaba tan expuesta a la mirada de los demás. No teníamos plataformas en donde nuestras vidas están a la vista de todo el mundo, ni publicitábamos los detalles de nuestras existencias. El anonimato era la característica de las vidas comunes y corrientes.

Las redes sociales rompieron ese lugar reservado para algunos, lograron popularizarlo. Todos somos ahora dignos de ser mirados.  Construyeron la ficción de la exposición constante. Las vidas cotidianas tomaron otro valor (sobre todo para el mercado). Empezamos a tener seguidores como los tiene Britney Spears o Dua Lipa. Hacemos transmisiones en vivo como si nuestra vida fuera una noticia, o un relato relevante para la cultura popular. Esa sobreexposición tiene consecuencias positivas en nuestros cerebros gregarios, nos genera felicidad pues somos animales a los que nos importa mucho lo que piensan los otros. La aprobación, el reconocimiento y los vínculos son necesarios para nuestra existencia. Pero el excesivo énfasis en la mirada de los demás genera también angustia.

La escuché esta semana a una neuróloga que la ansiedad es la respuesta del inconsciente al miedo. Es lo que sentíamos de niños cuando la profesora nos sacaba al tablero. Las redes sociales multiplican las salidas al tablero y aumentan el miedo a no ser aprobados. Nuestro inconsciente ansioso es un niño que teme ser rechazado. En tiempos de Instagram y TikTok se multiplica el narcisismo y en ese sentido aumenta nuestro temor a no ser aceptados por la tribu, por quienes nos rodean. Nos volvemos imágenes estilizadas, representaciones maquilladas de lo que somos, en búsqueda de aceptación.  

Byung-Chul Han menciona que la ansiedad y la depresión son las enfermedades que caracterizan la sociedad contemporánea. La hiperconectividad, la necesidad de estar todo el tiempo conectados —es decir expuestos ante los ojos del otro— genera la angustia de estar afuera, de no pertenecer. Cumplir con esa expectativa de narración continua en redes sociales es una tarea imposible que produce frustración. Las personas en el espacio digital somos todos de alguna manera influencers en busca de likes. Un buen amigo — que además es sabio— se fue de las redes sociales hace un par de meses. Seguro huyendo de la excesiva exposición; tal vez sintiendo que eso aumentaba sus episodios ansiosos; a lo mejor buscando el saludable anonimato.  Esto no es una fábula, es una columna de opinión de la que no debería esperarse una moraleja, pero si la tuviera, sería estar atentos a la manera cómo nos relacionamos en redes sociales, pensar sobre las consecuencias de esa excesiva exposición a la que nos adentramos naturalmente, como si así hubiéramos vivido desde siempre.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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