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Al presidente de la república no le gusta gobernar. Esto para algunos sonará descabellado porque una mirada rápida a la vida del primer mandatario pareciera decirnos que se ha preparado y que ha trabajado, precisamente, para eso. Concejal, representante a la cámara, alcalde, senador y presidente de la república.  El suyo es un palmarés completo y una vida dedicada a lo público. Pero estos dos años “al frente” del gobierno nacional (y quienes hicieron seguimiento juicioso a su alcaldía seguramente podrán decir lo mismo de ese periodo) lo que dejan claro es que a Gustavo Petro lo anima, lo emociona y lo mueve el poder, no el gobierno. Son conceptos muy diferentes. 

El poder es momentáneo y unidireccional. El poder puede ser individual y tiene expresiones formales, informales, legales e ilegales. El gobierno, por el contrario, es reglado, colectivo, complejo, lento y limitado en tiempos, espacios y alcances.  Cualquiera que haya ejercido funciones dentro de un gobierno sabe que el Estado es una máquina pesada con múltiples engranajes que se tienen que balancear y alinear. Gobernar significa no solo conocer esos mecanismos internos, sino ponerse al frente de su accionar con direccionamiento claro, comunicación continua y seguimiento. Iluso en principio, pero irresponsable en el tiempo, aquel funcionario que cree que solo con dar una orden o plantear una dirección general esta se va a ejecutar o a desarrollar (ver bajísimos niveles de ejecución del equipo Petro).  Gobernar es insistir, preguntar y solicitar evidencias de los avances  de las soluciones y de los cambios en los problemas. Esa, se pueden imaginar, es una labor de todos los días exigente, silenciosa y nada vistosa. Nadie sale en una rueda de prensa a decir que los equipos internos del ministerio están finalmente articulados; pero sin esto no es posible hacer la rueda de prensa final para presentar los objetivos cumplidos y los logros.

A estas alturas, además, no se puede hablar solo de gobierno, sino de gobernanza. El ente público no está solo en el reto de transformar una sociedad y tiene la oportunidad, la responsabilidad, de articular y coordinar un trabajo con los sectores social, privado y académico en los cuales hay experiencia, conocimiento, logros, recursos y capacidades. Esto, obviamente, partiendo de que se reconozca a los demás sectores como aliados y no como enemigos o contendores.

El Presidente de la República es Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y Suprema Autoridad Administrativa (art. 189 de la CP). Más allá de los nombres rimbombantes, lo que reafirma la teoría y la práctica administrativa es que las organizaciones dependen de sus líderes para el cabal cumplimiento de sus objetivos. La responsabilidad del primer mandatario es liderar el inmenso aparato político-administrativo para lograr los fines del Estado de acuerdo con su propuesta política, elegida por los ciudadanos en las urnas y contenida en el Plan de Desarrollo.

Cuesta entender cómo Petro va a lograr gobernar si, por ejemplo, ha desestimado su propio Plan de Desarrollo, que es guía y herramienta, y varias veces ha demostrado no conocer el presupuesto nacional en rubros que son estratégicos para su proyecto. Es muy complicado que quien ocupa la primera magistratura realmente gobierne cuando, según investigación del portal La Silla Vacía, no tiene reuniones individuales con sus ministros. Los ministros son los directos responsables de la ejecución del presupuesto y de los programas que aterrizan los recursos al territorio. Sin liderazgo, dirección y acompañamiento, hay tantos gobiernos o desgobiernos como programas. ¡Ah, pero ojo! Esta falta de seguimiento también facilita y promueve la corrupción; porque de los gobernantes se espera que conozcan el accionar de sus funcionarios y el desarrollo de sus programas para que “la lucha contra la corrupción no sean palabras al aire” (palabras del presidente).  

Finalmente, no es fácil entender cómo alguien que dice literalmente: “este es un Estado asesino” o que “el último gobierno fue una dictadura tres veces peor que Venezuela” o “acá no hay democracia” pueda gobernar. Ante lo tedioso y exigente que es gobernar, el primer mandatario prefiere ambientar el estado de excepción donde se levantan los límites legales, los frenos y contrapesos, los controles y los procedimientos. La inminencia de “golpes blandos y duros” que nacen de las mismas instituciones, lo releva a él, reformador iluminado, de ese cuento tan aburridor que es gobernar. Mientras tanto en la trastienda de los discursos, se acumulan y profundizan los problemas del país. Después de dos años de haber iniciado el periodo son muy pocas las políticas centrales que avancen con contundencia.

El tiempo corre y con él crece la pereza del primer mandatario por gobernar.  Lo anima el conflicto, la idea del cambio rápido y contundente (la revolución, compañeros), la búsqueda de enemigos afuera y adentro, y la campaña del 2026 que ya se avecina y de la que habla constantemente. Tenemos candidato eterno, polemista e incoherente analista internacional, pero no gobernante. Esa ausencia se sufre y se seguirá sufriendo en múltiples frentes. Vienen dos años difíciles.     

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/

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