El delicioso fruto de la libertad

El delicioso fruto de la libertad

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Venezuela necesita un golpe de estado para retornar a las sendas de la democracia. Un golpe civil, no militar. Se equivocan aquí y allá los que claman por un golpe militar. Lo que es alcanzado por la fuerza de las armas, sólo con la fuerza de las armas se sostiene. No invoquemos jamás un régimen levantado únicamente sobre la verdad de su capacidad para hacer daño.

Latinoamérica ha vivido de lágrima en lágrima y de golpe en golpe. Por su trayectoria histórica, los pueblos de la américa del sur son particularmente propensos a la inestabilidad y a las revueltas, tal vez también por tanta mezcla de sangre aún en proceso de enfriamiento y de racionalidad.

Pero no porque venga de la historia y de la sangre todo da la mismo. Hay formas de ese poder telúrico que sacude perenne las grietas de Latinoamérica y que se pueden encarnar por medio de un proyecto, de un sueño común compartido en un mismo suelo, por la esperanza de un futuro que logre realizar esos deseos que constituyen la configuración de nuestra existencia, como el techo, la seguridad y la libertad. El proyecto de ser y habitar una tierra natal, ni en Colombia ni en Venezuela, tiene por qué sostenerse en la fuerza ilusoria de las armas.

Como seres humanos disponemos de una constitución antropológica cuya esencia reside en la libertad. La libertad es fundamento de Dignidad y de Ciudadanía. Cuando este fundamento es socavado las sociedades mueven sus cimientos más profundos, y tarde o temprano alcanzan de nuevo alguna forma cercana de libertad. Pero puede suceder también que, por el contrario, esa búsqueda tan fatídica devenga en formas más sofisticadas de opresión, que abarquen desde el cuerpo hasta el deseo.

Es importante entender que Venezuela, Colombia y las naciones bolivarianas comparten destinos comunes, por lo que la afectación que sufre una tierra no tarda en tocar a la otra. Así es tanto para las migraciones como para las revoluciones. La América del sur, casi en su totalidad, vive un periodo revolucionario, que está sacudiendo los viejos órdenes del poder suscritos en la idea de verdad, de doctrina absoluta o de partido absoluto. Tiemblan también los dogmas ciegos que deificaban al estado o al mercado como cuando aún necesitábamos dioses.

Porque hoy ni los dioses ni la autoridad del padre estatal constituyen nuestro seguro de vida en el mundo. La libertad era un fruto prohibido que no tenían el gusto de saborear ni siquiera los inmortales, y la triste estirpe de los hombres es su dueña. Pero sucumbe porque esa libertad le sobrepasa, y es ahí cuando se hace propenso a dioses o a poderes fácticos que le dictan la medida de su verdad. Sin embargo, el ser humano latinoamericano prueba y sucumbe de nuevo al delicioso fruto de la libertad, y todo a su alrededor cambia.

Aprendamos nosotros Antioqueños a valorar el legado de libertad que nos enseñaron los ancestros, pues Colombia y Venezuela son nuestros espejos para entender que el poder total es corrupción total, que el poder total es muerte, y que es en la Ciudadanía, en la movilización de la multitud, donde reside toda soberanía y todo poderío. Si no nace de ahí, lo demás es ficticio, impostado, espurio, y su naturaleza misma le condena a la muerte.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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