La estela de un ojalá

La estela de un ojalá

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“La vida se extingue allí donde existe el empeño de borrar las diferencias y las particularidades por la vía de la violencia.”

Vida y destino. Vasili Grossman.

Cada columna que he escrito en los últimos meses y no ha sido sobre Gaza —posiblemente la ha mencionado pero no ha sido sobre ella— me ha hecho sentir irresponsable, como escribiendo desde un universo paralelo. Sé que quienes me lean no querrán encontrarse con el mismo tema cada vez, pero ¡Dios!, cómo para uno de escribir sobre el horror que se vive en directo y que no se detiene sino que se profundiza, con el agravante del silencio de millones de personas anestesiadas.

El horror, este horror, hace que uno se quede a veces sin palabras porque parecen vacías, insuficientes, porque lo que intentan describir supera lo que el hombre ha imaginado, de lo que se creía capaz. “Pero escribir es también forzar los límites del idioma y los de la propia capacidad expresiva para describir lo inaudito, lo inimaginable, los extremos de la crueldad y los de la resistencia humana, lo absurdo y lo irreal de la guerra”, escribió Antonio Muñoz Molina.

También siente uno, insistiendo en el tema y forzando el idioma para ahondar en ese horror, que contribuye a la consolidación de la narrativa sobre el panorama oscuro que percibimos tantos y que nos perturba y nos duele realmente a quienes vivimos pendientes del mundo y no solo de aquello que nos toca directamente. Entonces se siente el peso del oscurecimiento en mano propia y pesa. Pero que pese, tiene que pesar porque la oscuridad está ahí y esas palabras que intentamos hilar lo que buscan es entrar en ella para abrirle ventanas.

Siguen masacrando a los gazatíes. Dijo Alfonso Artacho, coordinador logístico de Médicos Sin Fronteras, que en los terribles conflictos que ha presenciado nunca había visto un ataque tan directo a la población civil, que parece una guerra de un estado contra la población. Eso debería ser suficiente, decirlo todo. Para seguir comprendiendo les traigo más ideas de aquellos cuya responsabilidad y dolor no les han permitido abandonar el tema. Escribió Lluís Bassets: “Frente a la verdad jurídica, Netanyahu tiene su propia verdad: ‘El pueblo judío no es el ocupante de su propio país, incluyendo nuestra eterna capital Jerusalén y nuestra patria histórica en Judea y Samaria. Ninguna opinión absurda en La Haya puede negar esta verdad histórica o el derecho de los israelíes a vivir en sus propias comunidades en nuestra patria ancestral’. Putin comparte ideas similares sobre Ucrania, al igual que muchos grupos islamistas las comparten respecto a la España musulmana. No hay transacción entre el esencialismo de las naciones eternas como Israel y las naciones políticas sustentadas en el derecho. Palestina e Israel podrán existir y convivir en paz en el mundo del derecho, pero seguirán en una guerra eterna en la selva de las naciones ancestrales”.

Hablaba Santiago Alba Rico en una columna fundamental sobre cómo, tras el Holocausto, surgieron “dos tipos penales nuevos (‘crímenes contra la humanidad’ y ‘genocidio’) no para generar un ‘derecho judío’ ni para proteger específicamente a los judíos; y mucho menos para permitir a los judíos infligir a otros el sufrimiento por ellos recibido. El Derecho Internacional no prohíbe, en efecto, la repetición del mal ‘contra los judíos’ sino que prohíbe a todo el mundo, incluidos los judíos, la comisión de estos crímenes, y ello con independencia de la identidad de su víctima”. Habla él de categorías universales en las que “‘Judío’ designa al que es perseguido y negado por su condición ontológica; ‘nazi’ al que persigue, deshumaniza y destruye la condición ontológica del otro”. Y agrega: “El Holocausto es un símbolo con el que se hizo un derecho para todos; el sionismo es el tribalismo victimista mediante el cual se convierte a los israelíes en victimarios”.

Nos urge como humanidad tener más claro lo que hiere, lo inaceptable, y que eso aplique para cualquiera. Los aprendizajes deben mejorar la vida de todos. De lo contrario, no hay humanidad alguna. Precisamente por eso es vital que Donald Trump no sea el próximo presidente de Estados Unidos. Para no marcar rumbos errados, para no llevar el sufrimiento de millones a la médula, en donde se convierta en parte estructural de lo que somos. El triunfo de Kamala Harris sería un símbolo fascinante de esperanza. El mundo necesita un enfoque más humano que nunca si queremos enfrentar de la mejor manera desafíos como el cambio climático y la inteligencia artificial. Y si queremos seguir siendo una especie con belleza que rescatar.

Escribió Amanda Mauri: «La utopía empieza por entender el hogar desde lo colectivo. Pasa por defenderlo como un derecho y, también, un cierto deber: el de habitar la promesa de un futuro mejor. Perseguir la estela de un ojalá hasta que la frontera entre lo real y lo imaginado se haga cada vez más estrecha. No habrá utopía sin casas, ni casas sin utopía».

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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