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“Tiene que comer” y dos minutos después: “Tiene que animarse”. Ambas sentencias las dijo el psiquiatra mirando el computador. El paciente, de 81 años, sentado en silla de ruedas como resultado de un infarto cerebral y con diagnóstico de Alzheimer, solo asintió con la cabeza. La cita, esperada por cuatro meses, duró diez minutos en los que el doctor hizo preguntas para llenar la historia médica y solo miró al enfermo para reiterar: “si no come lo coge la debilidad”.
Después de salir del consultorio, el desconsuelo. Uno comprende que para el psiquiatra este paciente sea otro de los muchos que ve a diario; algunos, posiblemente, con diagnósticos más graves. Pero, para nosotros no es otro más: es el papá, el esposo; un ser amado que se está diluyendo.
Parece que el especialista se quedó cortico en la expresión de su conocimiento. Uno supone que él sabe cómo tratar al paciente y que es él quien podría dar indicaciones más precisas para el cuidado. Si fuera suficiente con decretar acciones, con seguridad, ya habríamos logrado que el padre coma y se anime.
En este punto se duda de todo: del sistema de salud, de la función de la psiquiatría, de la institución que presta el servicio y del psiquiatra. Y sí, uno se queja, se desahoga y pide cambio de especialista para la próxima cita (porque la vida también reposa en la fe de que habrá otra cita). Pero ¿dónde hallar consuelo?
La atención de pacientes con enfermedades mentales no es un asunto solo de buena voluntad. Los familiares que nos enfrentamos a esta situación acudimos al cuidado, pero en buena parte del tiempo estamos improvisando. Y nuestra racionalidad nos hace creer, confiar, en quien ostenta el título médico. Depositamos en él la esperanza del conocimiento y esperamos que sea guía.
En la cita no hubo consuelo. Y no, no fuimos buscando la falsa sensación de que todo va a estar bien. Sabemos, con contundencia, que esta realidad tiende a empeorar. Sin embargo, también tenemos la certeza de que la información científica adecuada y oportuna debe ser traducida por los especialistas a los cuidadores. Son aquellos quienes han dedicado años a estudiar estos fenómenos y una parte de sus responsabilidades radica en explicar, en plantear posibilidades, en dar indicaciones. Y allí, en el escenario del conocimiento accesible, pacientes y cuidadores hallaremos consuelo.
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