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En el 2016, Lady Gaga se presentó en los premios Oscar, cantando una versión acústica de Til it Happens to You, canción que lanzó en el 2015 como parte de la banda sonora de The Hunting Ground. Este documental investigó la incidencia de casos de abuso sexual en muchísimas universidades estadounidenses, y la ineptitud de sus rectores por no solo no ser capaces de ponerle un tate quieto a tanto abuso, sino también de no haber procesado de manera adecuada los casos que sí se denunciaban. Entre las universidades que aparecieron en el documental están Harvard, la Universidad de Notre Dame, y la Universidad de Carolina del Norte Chapel Hill.

Gaga, quien ha dicho en varias entrevistas que fue víctima de violación a los 19 años, vistió un vestido blanco, y mientras tocaba las teclas de su piano le dio la bienvenida a un grupo de sobrevivientes de abuso sexual. En sus brazos tenían escrito “No es tu culpa.” Y con esto Gaga nos recordó que hasta que no nos pase a nosotros, no tenemos ni idea de lo que se siente.

Mucho hablamos de la empatía. En los colegios nos enseñan la regla de oro; no hacerle a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Y me acuerdo como si fuera ayer cuando luego de una crisis de matoneo, en mi colegio nos regalaron a todos un llavero con la forma de un zapato. El mío era un Converse amarillo, y supuestamente debía llevarlo conmigo a todas partes para recordar la llamada regla de oro. Todavía lo debo tener embutido en algún cajón de mi casa.

Esta lección les quedó a muy pocos. Si poco se habla de la crisis de feminicidio que tenemos en Colombia, menos se habla de la crisis de abusos sexuales. En este país infinitamente godo y trágicamente por debajeado por sus propios habitantes, lo último en la consciencia de la gente son las agresiones sexuales. Porque, como dijo Lady Gaga, hasta que a uno no le toca la puerta, es fácil voltear la cara.

Incluso cuando sí nos toca la puerta, muchos tienen el descaro de todavía preguntar por lo que teníamos puesto, cuantas parejas habíamos tenido antes, si íbamos solas o acompañadas y a qué hora, si es que nosotras también nos habíamos tomado unos traguitos, o si es que a los doce años dijimos mentiras. ¡Es que ya cualquier declaración de interés romántico es acoso por culpa de todas esas feministas locas!

Sabemos que para el 6 de marzo del 2024 en Colombia habíamos tenido ya más de 20 casos de feminicidio. También sabemos que en el 2023 hubo 525 feminicidios contabilizados por el Observatorio Colombiano de Feminicidios. ¿Saben cuántos casos de abuso sexual? Porque yo no. Claro, me imagino hay cifras fácilmente encontradas en Google, pero cuando se escuchan comentarios como “Tanta bulla por unos picos,” ¿cómo se puede esperar que las víctimas denuncien?

Porque los abusos sexuales son arrinconados en su mayoría a la esfera privada, lejos de la luz pública, muchas veces entre cuatro paredes aunque se conviertan en un secreto de voces. Hemos de aceptar que Colombia es el terreno de la caza para los abusadores sexuales, aquellos que aprovechan las sombras del anonimato, y la fobia que le tenemos al sexo, para hacer lo que se les plazca, sabiendo que las víctimas pierden más al denunciar que al no hacerlo. Pero sepa también que, si no lo había aceptado antes, tiene un enorme privilegio.

En el genocidio de Ruanda, más de 250.000 mujeres fueron violadas en un período de tres meses. Sabemos que muchos hombres también, aunque no hay manera de tener cifras más exactas porque ellos son menos propensos a denunciar por la castración social que conlleva haber sido víctimas. Muchas de las sobrevivientes, ante el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, testificaron que hubieran preferido la muerte. Muchas dijeron que les rogaron a sus violadores que las asesinaran. Entonces, démonos cuenta de que hay cosas peores que la muerte. Y para muchas víctimas de agresión sexual, la violación es una de ellas.  

Incómodo, claro. Siéntanse incómodo como yo al saber que la que usted conoce como amiga, compañera, madre, abuela, hermana, prima, novia o esposa haya podido vivir algo que otras han dicho es peor que la muerte. O siéntase incómodo sabiendo que lo puede llegar a vivir. Y más aún, si alguna vez hemos justificado una agresión sexual, démonos cuenta de que de empáticos no tenemos nada, porque la empatía condicional no existe. Y si se da cuenta de la gravedad de lo que escribo solo cuando esta crisis toca la puerta de su casa, sepa que nos falló. A todos. Y a todas.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/

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