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El estoicismo anda de moda. Las “Meditaciones” de Marco Aurelio, el “Manual de vida” de Epicteto y las “Cartas a Lucilio” de Séneca han entrado en las listas globales de libros más vendidos y divulgadores como John Sellars y Massimo Pigliucci han sido capaces de sacar best sellers de sus libros que hablan sobre una escuela filosófica que alcanzó su mayor fama hace más de mil quinientos años. Aunque no explique su popularidad reciente, el estoicismo siempre ha sido atractivo por su énfasis en abordar las preguntas prácticas de la experiencia humana; los estoicos centraron buena parte de sus reflexiones en la forma cómo la búsqueda de la virtud puede ayudarnos a vivir una buena vida.

Los estoicos creían que el mundo estaba delimitado por un logos, la razón universal que da orden a la existencia. También lo llaman “naturaleza”, de ahí su principal mantra: el sabio es quien vive de acuerdo a la naturaleza. La implicación práctica más clara de esta creencia es que oponerse o desesperar por lo que determina el logos es un desperdicio de tranquilidad y que el sabio sabrá diferenciar lo que puede controlar de lo que no puede controlar. Esto último probablemente ayude a que, en estos tiempos de cambios exponenciales e incertidumbre, los miembros de la stoa resulten reconfortantes.

Buena parte de los textos recientes sobre estoicismo tienen un enfoque corporativo y van dirigidos, así sea implícitamente, a empresarios, emprendedores y en general, personas que trabajan en el sector privado. Las filosofías de vida como el estoicismo pueden parecer poco pertinentes para mirar los asuntos públicos y en particular, el quehacer de los políticos, pero una lectura cuidadosa sugiere una idea interesante: sería muy valioso que los políticos y servidores públicos leyeran de estoicismo.

Aunque puede haber muchas razones para esto, veamos solo dos. La primera es que los estoicos entendían el servicio público -como muchas otras cosas- como una preferencia indiferente; es decir, algo que puede hacerse siempre y cuando su realización no ponga en entredicho la virtud de la persona. También, como algo que en tanto está fuera de nuestro control, podemos ganar o perder sin que eso deba generarnos demasiada angustia o apego. Los estoicos terminaban promoviendo una disposición frente a los “cargos y dignidades” públicas en la que prevalecía la responsabilidad de cumplir bien el rol mientras se reconocía que era uno prestado.

La segunda razón es la implicación práctica de la idea del logos universal que da vida a todo el entramado filosófico del estoicismo. Los estoicos defendían una visión cosmopolita muy extraña para su época, señalaban que todos los seres humanos compartíamos una hermandad universal en tanto poseedores de razón. Esa capacidad de raciocinio y lenguaje era una “pisca del logos”, una gota de divinidad que nos hacía fundamentalmente iguales. Y todavía más, parte de una misma familia. De esta manera, el mundo dejaba de estar divido entre civilizados y bárbaros, entre ciudadanos y no-ciudadanos, entre buenos y malos. En nuestra igualdad natural, todas las personas compartíamos dignidad, valor y éramos sujetos de la preocupación del sabio.

Una belleza. Entonces ¿si nos estamos llenando de empresarios estoicos por qué no esperar que en el camino tengamos a uno que otro político estoico?

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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