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Muy probablemente, en cuatro meses México elegirá a una mujer para la Presidencia de la República. El sexenio de Andrés Manuel López Obrador llega a su fin, y este proceso electoral adquiere una relevancia histórica casi del tamaño del 2000, que puso fin a setenta años de gobierno ininterrumpido del Partido Revolucionario Institucional – PRI.
En 1988, después de profundas crisis económicas, sociales y políticas, el PRI enfrentó la primera campaña con competencia real. Su ficha, Carlos Salinas de Gortari, se midió principalmente con Cuauhtémoc Cárdenas -candidato de una coalición de izquierdas- y con Manuel Clouthier del Partido Acción Nacional – PAN.
En el computo de los resultados, el conteo demostraba el liderazgo de Cárdenas hasta bien entrada la noche, cuando un súbito apagón del sistema detuvo el proceso. Al reanudarse el sistema, Salinas aventajó a sus contrincantes y se proclamó vencedor. Una posterior alianza entre el PRI y el PAN permitió la quema de las boletas electorales.
Doce años después, la primera elección del nuevo milenio llevó a la Presidencia a Vicente Fox, del PAN, inmediatamente reconocido por el entonces mandatario Ernesto Zedillo. Seis años más tarde, la transición fue más tortuosa, ya que nuevamente la diferencia entre el candidato del Partido de la Revolución Democrática y una coalición de izquierdas, López Obrador, y Felipe Calderón -candidato del presidente- fue mínima, y se dio después de un conteo que sufrió también la caída del sistema. Una crisis que generó una inestabilidad política profunda.
Andrés Manuel hoy tiene una oportunidad única. Puede pasar a la historia no solamente como el primer presidente de izquierda, como el primero por fuera del PRI-PAN, sino también como el primero en garantizar una transición de poder serena, transparente y legitima.
Para las elecciones de junio de este año hay tres grandes candidaturas, Claudia Sheinbaum -candidata del continuismo-, Xóchitl Gálvez -de la coalición PRI-PAN-PRD (Sí, PRD)- y Jorge Álvarez -del Movimiento Ciudadano-. Las encuestas han demostrado una ventaja de Sheinbaum, seguida de Gálvez por una distancia cada vez más corta. En apenas cuatro meses México escogerá entre ellas (porque Álvarez se encuentra bastante rezagado) la primera mujer para gobernar sus destinos.
López, que acompañó a Cárdenas en 1988 y vivió en carne propia el 2006, tiene una oportunidad de oro para establecer un hito democrático sin precedentes en la historia mexicana. Él y su gobierno pueden lograr fortalecer las bases de un sistema ciertamente democrático para su país; algo que sentó Fox, pero que después dinamitó, algo que los partidos tradicionales no han conseguido, algo urgente para un país que ha visto como sus líderes dilapidan sus recursos y entierran sus sueños.
Ojalá en junio los mexicanos tengan la certeza de haber elegido ellos a su presidenta, y no la resignación de haber perdido una elección incluso ganando.
¡Ánimo!
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