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“¡Ay, Medellín! ¡Carajo, si me cuesta
escribirte un soneto enamorado!
Medio yo dice sí, rima y apuesta,
y otro medio te cita en el juzgado”.
-Pala
Dicen las malas lenguas que una no vive en Medellín, sobrevive en Medellín. Que vivir aquí ya no es ni tan bueno como lo pintan, pero no estamos peor como en otras partes. Se vocifera que todo está muy caro, pero nos carcome el miedo servil de acabar con el beneplácito a los culpables, dizque porque traen muchos de esos billetes verdes con caras y apellidos extraños, de otros hombres que tampoco conocemos.
Se rumora que un alcalde está repitiendo mandato para recuperar el orden, dios y patria. Patria viene del pater (padre) y si el rumor es cierto, está abismalmente equivocado, porque aquí necesitamos refundar la matria, volver al útero, al origen de la vida y al milagro; recobrar el valor por lo humano, encontrar la gracia en lo pequeño, entrañar de nuevo el asombro, encontrar el amor que solo nace en lo colectivo y en el cuidado del otro. “Padre nuestro, danos hoy la escasez de cada día” dice Laura Ortíz en uno de sus cuentos, y creo que su plegaria ha sido escuchada porque en Medellín nos han despojado hasta del español.
¿Qué nos queda? ¿Cómo seguimos? ¿Pa’ donde más toca mirar(se)? ¿Cuánto más toca llorar para no morirse de soledad? Si seguimos sacando mujeres muertas del río; si nuestra gente se acuesta sin las tres comidas y sortean de cuál podrán prescindir ese día; si los policías siguen arrebatándoles los cambuches a los pobres en nombre del pater; si aquí el sol sale a las 6 y muere atropellado por un conductor imprudente o un borracho; si aquí la vida vale billetes, lo mismo que las mujeres, condenadas por nacer; si aquí, donde todo se compra, todo se muere, nada podrá ser perecedero.
No me malinterpreten, no he perdido la esperanza, solo ha sido difícil mantenerla indeleble ante tantos acontecimientos que ocurrieron entre la última vez que me dirigí a ustedes y hoy. El dolor es hondo y me ha abarcado hasta los huesos, no podía hacer nada más con él que sacarlo y plasmarlo en estas líneas, darle cuerpo a la propia orfandad.
Que obstinados son quienes se creen dueños del mundo y del destino. Ignoran que toda su miseria solo aviva la llama de labrar un porvenir distinto, uno más justo, humano, más materno, mujeril.
Mientras tanto, déjenme llorar tranquila, porque quiero empezar a vivir en Medellín y Medellín solo dan ganas de morirse.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/sara-jaramillo/