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Las nubes oscuras se posaron sobre las montañas. Comenzó a llover. Al principio parecía ser una lluvia pasajera. A los cinco minutos retiré lo dicho. Las hojas de los árboles se elevaron, una bolsa de plástico que parece ser de la tienda de barrio pasó volando y, de la nada, el panorama gris se vistió de un blanco azulado por menos de un segundo para, de inmediato, escuchar el coro de la tormenta. El trueno. No me pregunten por qué, pero yo estaba debajo de un árbol. Para ser precisos, debajo de un Carbonero. El chaparrón me agarró mientras regresaba de la oficina. Como siempre, justo ese día, el único de todos los 365 del año, dejé la sombrilla.

El Carbonero era el único refugio cercano cuando la lluvia se intensificó. Tenía el computador y dos cuadernos en el morral, así que no podía arriesgarme a mojarlos. No veía a nadie cerca. Al frente había una calle y, a cuatro cuadras, una portería de un edificio. Éramos el árbol, la calle, la portería y yo. El primer rayo fue el que me hizo entender el riesgo de mi decisión. Estaba debajo de un árbol lo suficientemente grande para alcanzar a cubrirme del agua y lo suficientemente grande para matarme con una de sus ramas. Después vino el viento. El huracán, más bien. La calle se nubló, haciendo que perdiera de vista la portería. Solo veía pincelazos grises. El viento llevaba la lluvia de lado a lado. Quién sabe qué estaría dibujando.

Ahora éramos solo el carbonero, la calle y yo. Lado a lado también iban las ramas. Algunas hojas comenzaron a caer sobre mí. El viento lograba mojarme. Me iba a tocar correr hacia la portería. No importaba. Conté en mi cabeza para comenzar a correr. Tres, dos… Pummm. Otro rayo. Qué hijueputa susto. Me quedé quieto. La lluvia se intensificó todavía más. ¿Qué le faltaba a esta tormenta? Así es, granizo. Eso siguió. Yo ya estaba emparamado. No había remedio. Estaba asustado, más bien aterrado. El celular no serviría de nada y no había nadie cerca. Estaba, asimismo, solo. El granizo impacta con más fuerza. Produce más ruido. Caos. Podría no sobrevivir para contar mi final. ¿Cómo se sentiría el impacto de un rayo?, ¿me mataría una rama?, ¿qué dirían los médicos sobre mi causa de muerte?, ¿quién me encontraría allí?, ¿ya se habrá dañado mi computador?, ¿me recordarán como un eterno idiota por quedarme debajo de un árbol?, ¿me usarán como ejemplo en clases para evitar que alguien haga lo que hice?

Sucumbí ante los pensamientos. Me quedé ahí, congelado. En ese punto, debajo del árbol, mientras esperaba que la tormenta se calmara un poco, decidí escribir. Así es, en medio de la lluvia saqué el computador y me puse a escribir. ¿Qué escribí? Pues lo único que se puede escribir en medio del ruido: el ruido mismo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/

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