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Esta semana decidí deshacerme de mi caja de «tesoros». Pero, ¿qué significan realmente los tesoros? El oro no es más que un elemento metálico, nada realmente especial. Incluso el dinero ha perdido su respaldo en oro y se ha convertido en una serie de dígitos en una pantalla. Hemos construido nuestras vidas en torno a deseos efímeros y necesidades inventadas. El resultado es, en resumidas cuentas, enfermedad, bolsillos vacíos y corazones rotos.
Y, ¿qué decir de las personas? Las mismas personas que se enojan por la accesibilidad de múltiples vicios, como si no fueran ellas mismas las que compran y abusan de esas sustancias hasta caer en la adicción. Se quejan como si no fueran cómplices de la creación y promoción de estos deseos y hábitos. Exigen comidas absurdamente baratas e inmediatamente preparadas pero lamentan que las opciones disponibles que cumplan con sus requisitos absurdos son basura y chatarra; sus condiciones mismas llevan a la calidad que reciben. Saben que son productos llenos de plástico y basura y los engullen de un sorbo. Sin embargo, si McDonald’s vendiera ensaladas de lechuga las veinticuatro horas al día, estarían quebrados desde el ‘55. (Ensaladas igual venden, y tienen más calorías, grasas trans y sodio que sus hamburguesas dobles.)
En la guajira los precios del agua potable son distintivamente mas altos que los de sus opositores azucarados. Cuando visité la guajira, una de tantas veces, llevamos comida para darle a los niños; nos regresaban los snacks saludables, pidiendo “más galletas Oreo”. Incluso las familias con más recursos optan por llevar un estilo de vida poco saludable, ya que el 54% del consumo diario excesivo en grasas corresponde al estrato 5.
¿Cuánto dinero se gasta en la industria de la salud en productos como Viagra, que buscan solucionar un problema trivial como la disfunción eréctil, mientras el gobierno socava los derechos de las mujeres y adoctrina a los niños? Los jóvenes se convierten en fuentes de semen y las niñas en fábricas. Los trabajadores de bajos recursos caen en el vicio de gastar lo poco que ganan. Los adinerados fantasean con objetos que simbolizan su poder adquisitivo. Todos nos acostamos en la noche mirando al techo, con rabia por un lado, y al otro, ganas de llevar una vida completamente diferente a la que conocemos.
Y esa es la monotonía del ser humano; gran comedia.
¿Qué le enseñan a desear? Casas que no puede permitirse, automóviles que dañan nuestro planeta y productos de plástico desechable. Incluso la ropa que usamos a menudo está hecha por niños en países del tercer mundo, y sin embargo, la deseamos con desesperación, suplicando por cada tendencia.
Somos monstruos, consumidores compulsivos, masas con nuestras bocas siempre abiertas. Culpar a las grandes industrias y empresas que nos «envenenaron» es fácil, pero olvidamos que nosotros mismos somos responsables de crear y fomentar este sistema. Seguimos suplicando por más, a pesar de conocer sus consecuencias.
Las cuentas se cobran, y ambos lados las pagan.
No existe tal cosa como un «analgésico mágico». Todos lo sabemos, pero seguimos comprándolos. Si dos no te quitan el malestar, quizá tres o cuatro lo harán. Vivimos en un mundo donde parece mejor aliviar el dolor momentáneo en lugar de abordar sus raíces.
La glorificación de la indulgencia ha llevado a la creación de una sociedad que perpetúa sus excesivos patrones de consumo. La responsabilidad se divide entre aquellos que lo desean y aquellos que lo hacen posible.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/penelope-ashe/