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¡Qué puta es la guerra!

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Leí en estos días —en que queda otra opción para intentar entender lo que nos está pasando o creer que lo estamos entendiendo— leí algún lado, digo, el concepto de la jerarquía del mal, la idea de clasificar, de mayor a menor, todo lo que es terrible. Lo detesté.

Pero descubrí luego, con más molestia que asombro, que puedo hacerlo: asomarme al terror y darle un orden, crear un escalafón de lo inhumano. No para justificar nada, no se crean, a duras penas para  organizar una estantería de la maldad.

No es, por supuesto —no puede serlo—, una medida extrapolable. Lo hecho por Hamás y la reacción del Estado de Israel están ahí, frescas en la discusión noticiosa y política a manera de ejemplo.

Escoja usted bandera o facción, por convencimiento histórico o mediático, y arme entonces su propio ranquin. Allá afuera, detrás de su ventana, lejos de estas letras y pantallas, estallan bombas, se aprietan gatillos, se dan órdenes de muerte, la sangre derramada se seca en el suelo… Lo hace en las calles bombardeadas de Gaza o en las de Avdivka o en las de Tibú o Tuluá. Escoja el punto cardinal que se le antoje tener como referencia, seguro que por allí hay alguien en guerra… o a punto de iniciarla.

Y la perderán siempre los mismos. «Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam», canta Ismael Serrano en una canción que grabó en 1997.

En algún momento de Por quién doblan las campanas, el libro de Ernest Hemingway, un guerrillero republicano llamado Agustín tiene una epifanía en medio de un combate en las sierras españolas. Es, acaso, una conclusión del libro y de la humanidad: ¡Qué puta es la guerra!

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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