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La ideología es de ese grupo de palabras con mala reputación o distorsionada concepción. Por lo regular se cree que es un asunto propio de la izquierda, se asocia a ideas negativas y se suele contraponer a la técnica, como si esta última estuviera desprovista de un componente ideológico.
A propósito de estas acepciones, la periodista Yolanda Ruiz, publicó una interesante columna el 20 de septiembre en El Espectador titulada Lo técnico, lo político, lo ideológico. Plantea la columnista que usar la palabra como contraposición a lo técnico es un error que “nos puede llevar a descalificar o a aplaudir propuestas sin analizarlas bien, por el prejuicio de considerar que hay ideologías inaceptables o verdades irrefutables, (cuando) en el fondo todo es ideología y lo técnico también es político, aunque cada uno desde su ‘religión’ considere que la suya es la ‘verdad verdadera’. La ideología no solamente está en la izquierda; también es ideológico el debate desde la derecha. Y quienes nos consideramos de centro igualmente hablamos desde nuestro sesgo”.
En efecto, y siguiendo a Yolanda “Intentar descalificar un argumento porque es ideológico o político, es descalificar todo el debate, al considerar que puede existir una manera de pensar objetiva, fáctica, descontaminada y “correcta”, mientras hay otras que no lo son”, para culminar diciendo que “En todo caso el debate es ideológico y eso no lo debe descalificar porque de eso se trata la democracia”.
Imposible estar en desacuerdo hasta aquí con la periodista. La ideología es un concepto, a priori, neutro, como bien se infiere de la primera definición del diccionario de la RAE: “Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.”, el cuál es refrendando por el gran pensador francés Edgar Morin, que en primera instancia plantea que la ideología, en su acepción básica, es un sistema de ideas en grado cero, es decir, que no admite adjetivos.
Pero también reconoce Morin la versión prejuiciada y politizada, que implica utilizar ese sistema de ideas para validar las nuestras y descalificar las ajenas, incluyendo aquellas que se traducen en hechos, artefactos, ciencia, técnica y tecnología, como nos lo recuerdan Habermas en su obra, especialmente en Ciencia y técnica como ideología (1968), y otros muchos autores.
Ahora bien, en lo que se quedó corta Yolanda Ruiz y muchos otros escritores sobre el tema, incluso tratadistas, es que la ideología no solo es política, aunque esté cooptada por esta. Quizá de ese sesgo viene el prejuicio sobre la palabra. En un ensayo titulado Modelos de organización, culturas e ideología, el profesor y filósofo organizacional francés Yvon Pesqueux nos amplia la concepción del término y con ello nos permite recuperarle su reputación.
Empieza por aclarar con su compatriota Raymond Boudon que “Las ideologías son un ingrediente natural de la vida social…, que no surgen a pesar de que el hombre sea racional, sino precisamente porque es racional”. De lo que se infiere que el concepto de ideología puede ser neutro, pero las ideologías no lo son, porque se producen a partir de procesos de racionalización y de intercambios subjetivos. Como decía otro sociólogo francés, Jean Baecheler, para seguirla justificando desde la política, “una ideología no es ni verdadera ni falsa, sólo puede ser eficaz o ineficaz, coherente o incoherente”, porque, al fin de cuentas, nos permite transformar las pasiones en valores.
Pero volviendo sobre el concepto de ideología, lo que lo deja atrapado en la política y lo diluye en las ideologías son los estereotipos y los prejuicios. Los primeros, simplificadores y globalizadores por defecto, ignoran las variaciones y son acciones que se repiten sin haberlas sometido a un examen crítico. Los prejuicios, por su parte, son juicios que proceden a la experiencia o la suplantan para ser admitidos como evidencia en detrimento de la deliberación y la demostración. Según Pesqueux, el estereotipo puede expresar un juicio, pero también pude engendrarlo. De hecho, todo prejuicio deviene de un estereotipo, aunque no todo estereotipo es un juicio.
De ahí se comprende que desde lo político, la ideología es, según el sociólogo austríaco Karl Mannheim, un “pensamiento teórico que cree desarrollarse de una manera abstracta a partir de sus propios datos, pero en realidad es la expresión de hechos sociales”; de acuerdos intersubjetivos, que están cargados de prejuicios que son la vía más segura al dogmatismo y a las doctrinas.
Desde la estrecha visión política, la ideología cumple varias funciones, entre ellas: la alineación del pensamiento; la justificación de las creencias para identificarnos con los partidarios y separarnos de los adversarios; el ocultamiento de intereses, especialmente de la clase dominante; la simplificación de los datos para manipular las percepciones; absorber los discursos no ideológicos, especialmente los mitológicos y culturales; y favorecer el desarrollo doctrinal, dando respuestas ideológicas a casi todas las preguntas posibles.
Desde la política, la ideología toma “la verdad por la fuerza” para simplificarla, encantarla, y de paso deformarla, en provecho de una clase dominante, que busca su legitimación. En palabras de Clifford Geertz, la ideología es la simplificación.
Pero la ideología es también, desde la sociología y la cultura, una “verdad en justicia” que pretende es la legitimidad. Y finalmente, desde la psicología, termina siendo una “verdad por semejanza” que facilita el conformismo.
Volviendo a la columna de Yolanda, si queremos enriquecer aún más el debate ideológico es necesario comprender que, además de sus funciones políticas, la ideología tiene otras dimensiones, como la cultural y la psicológica, que debemos promover para fortalecer nuestras democracias.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/