8 de marzo

Tengo que admitirlo: siempre me pareció problemático el día de la mujer, no sabía en ese entonces por qué, pero no me sentía especial por serlo ni merecedora de una fecha particular para celebrarlo. No elegí ser mujer. No es un mérito. Hoy, muchos años después, comprendo el porqué esas celebraciones superficiales me generaban tantas dudas y sentimientos encontrados que, a mis 13 años no era capaz de explicar. Hoy me cuesta todavía un poco, por eso digo, es problemático para mí. No niego que, en el colegio, era divertido ver a los hombres cada 8 de marzo dispuestos a comportarse como pocas veces lo hacían: complacientes con nosotras, delicados sin temor a que los juzgaran de homosexuales, excesivamente respetuosos, algunos se ponían más amorosos de la cuenta y se le declaraban a alguna de las mujeres del salón, escribían cartas, llevaban rosas y chocolates. Era más una excusa para celebrar el amor y la coquetería.

No es que el resto del tiempo fueran misóginos. Afortunadamente —y en una de mis primeras columnas para No Apto hablé de mis compañeros del colegio y de cuánto los quiero— estudié con hombres buenos, decentes, inteligentes, muy valiosos. ¿Machistas? Por supuesto, a todos nos criaron en el patriarcado y tanto ellos como nosotras hemos sido víctimas de ese sistema, aunque los discursos políticos actuales quieran hacernos ver a las feministas como unas viejas histéricas que odian a todos los hombres, y algunas mujeres en su inocencia sigan creyendo que el feminismo no es con ellas. Pero ese es otro tema, y para eso hay muchas mujeres que han escrito de manera profunda y rigurosa sobre él, como Salomé Gómez Upegui, por ejemplo, en su libro Feminista por accidente. La digresión aquí es para invitarlos a que lo lean.

Desde hace pocos años entonces decidí no volver a “celebrar” el día de la mujer, no me interesa que nadie me felicite ni me diga “Gracias a ustedes el mundo es un mejor lugar” o frases de ese estilo. No espero que mi esposo me dé flores, chocolates ni que me invite a comer, ni anhelo un gesto tierno o amable de mi papá, de mi hermano o de algún amigo simplemente porque soy mujer.

Y es que esa celebración comercial y banal del día de la mujer no es más que la reafirmación de todos los estereotipos que el feminismo lleva años tratando de desnaturalizar, de eliminar, de cambiar. Las mujeres no somos más fuertes por el hecho de nacer con órganos reproductivos femeninos. Lo somos, tal vez, porque hemos tenido que luchar por todo: ir a la universidad, votar, poder elegir nuestra pareja, si planificar o no, romper paradigmas sobre lo que se espera de nosotras. No somos unas tesas porque demos a luz, simplemente esa es la biología humana, somos las únicas que podemos hacerlo porque los hombres no tienen útero. Punto. No somos más leales como compañeras de trabajo porque la lealtad sea un concepto que nos viene dado en el ADN, lo somos porque nos ha tocado agruparnos, darnos apoyo y también porque muchas labores se nos han negado y, en el fondo, agradecemos cuando alguien no nos hace a un lado y nos da oportunidades que están destinadas en su mayoría a los hombres. A las mujeres nos ha costado todo, y nos sigue costando. Y no siempre brillamos, también somos oscuridad. Y no somos más bravas ni más emocionales. Es que, tristemente, —y para que dejemos de pensar que el feminismo solo promueve la igualdad de la mujer— a nosotras se nos ha permitido sentir y expresarnos más, porque “los hombres no lloran” o “son débiles si muestran lo que sienten”. Hombres, el patriarcado también los violenta a ustedes.   

Por esto, hoy no escribo para hablar de la mujer como ese ser brillante, valiente, valioso y romántico que los cuentos de princesas nos han hecho creer y que el patriarcado se empeña en reforzar y juzgar a las que nos salgamos de ahí.  Escribo para darle voz a mi voz, para reafirmarme en esta aventura del feminismo que empezó hace tres años, para decirles a todas las mujeres que conozco y a las niñas hijas de mis amigos, especialmente a ellas, lo que verdaderamente celebro hoy:

Emma, Emilia, Victoria, Amelia, Lucía, Candelaria, Olivia, Amalia, Elena, no celebro que sean mujeres, celebro un mundo donde puedan ser la mujer —o la persona—que anhelen; que sus opiniones sean escuchadas, que sus miedos sean validados y encuentren protección y seguridad siempre en los ámbitos a los que pertenecen, que nadie juzgue su cuerpo ni su manera de expresarse o de vestirse, que puedan elegir cómo vivir, que nunca sean sometidas a los estándares ajenos, que disfruten su sexualidad y puedan decidir ser madres o no, que encuentren sus pasiones sin los límites que imponen los ideales de género, que nunca se crean más que nadie, pero tampoco menos, que donde sea que se encuentren puedan desarrollarse libremente. Que sea su condición de seres humanos la que prevalezca. Es mi deseo para ustedes.  

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